𝓬𝓱𝓪𝓹𝓽𝓮𝓻 𝓮𝓵𝓮𝓿𝓮𝓷

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𝙤𝙣𝙚 𝙨𝙞𝙣𝙜𝙡𝙚 𝙩𝙝𝙧𝙚𝙖𝙙 𝙤𝙛 𝙜𝙤𝙡𝙙 𝙩𝙞𝙚𝙙 𝙢𝙚 𝙩𝙤 𝙮𝙤𝙪

"uno de sus ideales
más fuertemente fijos
en su cabeza era el de
no dejar que el mundo
arruinara su felicidad" 

Habían pasado años enteros desde la última vez que Scarlett Fox estaba tan deprimida.

Su rutina de corazón-roto era bastante sencilla. Solía enterarse de que su novio la engañaba, o de que no quería seguir en aquella aventura bajo los reflectores con ella. En general mantenía la compostura hasta encontrarse sola y se desmoronaba en la primera oportunidad que se le cruzaba. Tenía un par de días malos, en los que lloraba sin pensarlo y se paseaba en pijamas hasta que venían a su cabeza ideas para canciones. Y con ellas dejaba ir todo el dolor y los sentimientos que no podía dejar salir por ningún otro lado. Unas semanas del proceso y volvía a estar como nueva.

Pero ahora estaba completamente perdida. Su corazón dolía más que la mayoría de las veces que se separaba de sus parejas y no sabía si Nico la había considerado siquiera su amiga. Se sentía rota de maneras en las que nunca había sentido.

Había cancelado entrevistas, y no sabía con seguridad cuánto tiempo había estado encerrada en su casa. Los periódicos y los programas de televisión ya se habían cansado de preguntar dónde estaba Scarlett Fox, y su agente le reenviaba propuestas para aparecer en cualquier show que quisiera.

El proceso de recuperación no había empezado, probablemente porque no tenía el corazón roto en primer lugar. La relación inexistente con Nico Di Angelo había terminado antes de iniciar. Las canciones y melodías que solían rondar su cabeza desaparecieron junto con las esperanzas de tener un chico como él a su lado.

Nico no estaba mucho mejor. De hecho, estaba incluso peor. Parecía no tener energía para pintar, salir, ni para enojarse y discutir con Haley. Sus días se volvieron más largos y ordinarios sin ninguna rubia con labios rojos que pudiera iluminarlos.

Despertaba sin ganas de hacer nada. Había terminado varias botellas de vino en las últimas semanas, bebiendo las copas con lentitud mientras su mirada se perdía en la vista de su ventana. El cuadro problemático estaba escondido detrás de sábanas en un rincón. El caos dominaba su apartamento, su cama siendo el único sitio mínimamente ordenado.

Un martes al atardecer escuchó sonar el timbre. Nico sabía quién era incluso antes de contestar.

—¡Traje helado!

Él asintió y se movió a un lado para permitir que Haley pasara. La chica intentó mantener su expresión alegre al caminar junto a él. No le tomó más de un minuto conseguir dos cucharas de la minúscula cocina.

—No puede ser que la cocina sea el único lugar ordenado aquí, Nico. ¿Qué has estado comiendo?

Nico se encogió de hombros. El aterrizaje sobre su cama denotaba lo exhausto que se sentía.

—No he comido mucho.

Haley escuchó su suspiro de soldado vencido desde la otra habitación, y estuvo a nada de soltar uno ella también. Sacudió su cabeza, decidida a sacar a su amigo de aquel terrible pozo de soledad y tristeza.

—Puedes empezar por aquí, entonces. —Le tendió una cuchara y uno de los tarros de helado—. Menta granizada. Tu favorita.

Su mueca era lo más parecido a una sonrisa que Haley había visto en días. ¿Era eso un indicio de que uno de los tantos pedacitos del corazón roto de Nico había vuelto a su lugar?

—Gracias.

Un suspiro de relajación surgió de los labios de ella. Ambos comieron casi en silencio, disfrutando de la compañía del otro. Haley descansaba su cabeza en el hombro de Nico, quien recostaba su espalda en la pared.

—Ahora que tienes energía —Empezó a decir, una vez los recipientes estuvieron vacíos—, levanta tu molesto trasero y ayúdame. Vamos a limpiar tu apartamento.

El chico no se quejó. Más allá de no tener ganas de hacerlo, estaba convencido de que era necesario poner un poco de orden a su vida. Empezar por el lugar donde vivía sonaba inteligente.

La música de su álbum favorito de los ochentas llenó el ambiente. Los jóvenes se movieron de un lado para otro, devolviendo cosas a su lugar y tirando a la pila de ropa sucia varias prendas.

—¿Qué es esto? ¿Tu esquina del desastre?

Nico subió la mirada de los cuadros que estaba trasladando hacia su amiga. La encontró en la esquina hacia donde solía tirar todo lo que le molestaba en el momento. Un atisbo de diversión cruzó su mirada. Se encogió de hombros como respuesta y siguió con lo que hacía.

—Eres increíble —murmuró Haley, poniéndose en cuclillas para recoger todo lo que estaba allí.

Tres corchos de botellas de vino con sellos extranjeros. Una camiseta verde agua. Un frasco de pintura rojo casi vacío. Unos papeles con tachones y caligrafía adolescente. Un pincel. Otra camiseta, en ese caso color azul marino. Un lápiz terriblemente afilado. Un collar con cuentas de colores.

Tomó todo lo que pudo entre sus manos. Puso la ropa en la pila que estaba formada frente a la puerta principal, y caminó hasta la sección de reciclaje de la cocina para tirar lo que no servía más.

—¿Conservas los corchos de vino? —preguntó, dejando caer el recipiente de pintura seca en el lugar de los plásticos.

—¿Qué? ¿Quién guarda eso?

Las palabras de incredulidad de su amigo vinieron desde la sala principal.

—Conocí a alguien que lo hacía. —Las lanzó a la papelera de otros—. ¿Qué me dices de esos papeles? ¿Los necesitas?

Con paciencia sostenía el pincel bajo el agua en un intento de quitarle la pintura seca. Nico llegó junto a ella.

—¿Qué papeles?

—Esos. —Un movimiento de cabeza fue suficiente indicación.

Él los miró desde su lugar y negó con la cabeza de inmediato.

—No sé qué son. Recíclalos.

No había dado dos pasos fuera de la cocina antes de volver apresurado.

—¡Espera!

Haley alzó una ceja en su dirección, como si la pintura no demandara toda su atención. No tenía pensado tirarlos todavía.

Pero eso Nico no lo sabía, ni le importaba. Varios segundos de procesamiento habían sido necesarios para que entendiera de quién eran aquellos papeles y cómo habían llegado allí. El lápiz a su lado no hizo más que llevarlo a las mismas conclusiones.

Pasó sus ojos por la caligrafía prolija entre medio de tachones y cambios de palabras, casi muriendo por dentro al ver un corazón decorando cada maldita letra i. Se dio la vuelta y miró la pantalla de su celular unos minutos.

—Me voy —anunció a Haley.

Ella no reaccionó hasta sentir el golpe de la puerta al cerrarse.

Condujo por calles que nunca en su vida había cruzado. Su mente estaba fija en quien había inspirado el cuadro que traía en su mochila. No se detuvo más que en dos semáforos en rojo antes de llegar a su destino. Una mansión enorme cuya puerta estaba rodeada de vallas, con fans y paparazis luchando por la posición que ocupaban.

Levantó su teléfono y realizó una llamada al único número de contacto con el que contaba.

¿Hola?

Nico podría jurar que sintió su corazón saltar en su pecho, de nuevo en una pieza. Sonrió inconscientemente.

—Hola. Soy Nico. Estoy afuera. 

invisible string [di angelo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora