𝓬𝓱𝓪𝓹𝓽𝓮𝓻 𝓽𝓱𝓻𝓮𝓮

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𝙩𝙞𝙢𝙚, 𝙘𝙪𝙧𝙞𝙤𝙪𝙨 𝙩𝙞𝙢𝙚 𝙜𝙖𝙫𝙚 𝙢𝙚 𝙣𝙤 𝙘𝙤𝙢𝙥𝙖𝙨𝙨𝙚𝙨
𝙜𝙖𝙫𝙚 𝙢𝙚 𝙣𝙤 𝙨𝙞𝙜𝙣𝙨

"Y estaba convencido
de que podría olvidarte
si lo intentaba lo suficiente,
pero volviste a aparecer."

—Pero si acaso es la señorita no-me-gusta-el-yougurt-helado.

Scarlett dejó de ver por la ventana que mostraba la ciudad en tonos de grises para enfocarse en el colorido local, más específicamente, en el chico de piel pálida, ojos, cabello y jeans negros, con una camiseta verde agua que destacaba su complexión fuerte, que la observaba. Sintió sus mejillas enrojecer poco a poco al recordar su anterior y único encuentro y acomodó su bufanda alrededor de su cuello, a pesar de que la calefacción estaba encendida.

Se aclaró la garganta.

—Hola.

El chico chasqueó la lengua, aparentemente divertido ante la repentina inhibición de la chica. Ella no lo miraba, pero Nico sonreía sin darse cuenta al colocar dos yogurts helados sobre la mesa.

—No pensé que fueras a volver.

Scarlett no se sentía incómoda con su presencia. Sus palabras mordaces y su tono sarcástico generaban muchísima curiosidad dentro de ella, atrayendo su atención como les ocurría a las moscas con una luz en el medio de la oscuridad. La comparación surgió con naturalidad en su cabeza, entrenada para hallar ese tipo de relaciones y juegos de palabras, y no le costó mucho razonar que la lámpara usualmente terminaba con la vida de los insectos que atraía. Quizá fuera ese el motivo por el cual tenía miedo de verlo a los ojos.

Tragó saliva.

—No... No estaba en mis planes.

—Me imaginé.

Respondía con rapidez. Parecía que ni siquiera tenía que pensar sus respuestas ingeniosas. A Scarlett le llamó la atención aquello también.

—Scar, no vas a creer lo que se me ocurrió.

Sus ojos marrones subieron de inmediato para encontrarse con los ojos azules de Marco Cortese y una sonrisa se instaló en sus labios. La chica podía sentir su corazón latiendo fuerte dentro de su pecho, la adrenalina llenándole el cuerpo. Era ese tipo de sensación que la hacía estar al borde de levantarse de la silla incómoda en la que estaba sentada, a punto de saltar de emoción.

El chico de cabellos marrones se acercaba caminando desde la esquina donde suponía que se encontraba el cuarto de baño. Sus dos años de un curso de modelaje hacían que se moviera con gracia hacia su novia. Nico notó que su expresión de muñeco Ken no demostraba ni siquiera un tercio de la emoción que mostraba la chica.

Con sus manos en sus bolsillos, como si estuviera en una pasarela intentando vender la camiseta Louis Vuitton que traía puesta, se acercó a la mesa y se sentó frente a Scarlett, cuyos ojos no podían mirar nada que no fuera su figura. Su novio giró su mirada hacia Nico y fue entonces que Scar recordó que estaba allí.

—¿Sí? —preguntó, con la voz altanera que solía utilizar pero en la que la chica no parecía reparar. Marco bajó sus ojos a la mesa y un aire de diversión dominó su rostro por un instante—. Oh, claro. Ten —dijo, sacando un par de monedas de su bolsillo y ofreciéndolas a Nico.

Scarlett estaba muy embobada con su novio como para ver la mirada furiosa en los ojos negros del chico de camiseta verde agua. Él se quedó en su lugar, sin moverse un milímetro, y miró con desprecio a Marco y sus monedas.

—No trabajamos con propinas.

La sonrisa de modelo de Ken se hizo presente por primera vez en la conversación.

—Vamos, tómalo. No voy a decir nada.

Nico entrecerró sus ojos.

—¿Pretendes cambiarme la vida con siete centavos? —dijo, con un tono de voz tan provocador que Marco podía solo soñar con usar—. No, gracias. Quizá puedas utilizarlos para comprarle a tu novia unas pastillitas de colores.

En ese momento Scarlett dejó de mirar a su chico y miró a Nico, como si fuera la primera vez que lo veía. Sus ojos curiosos y aparentemente felices se conectaron con los suyos, y él sintió como parte de su malhumor desaparecía. Y eso lo enojó más. Se dio media vuelta y se internó en la cocina del establecimiento, dejando un rastro de su perfume que Scarlett no había podido olvidar incluso luego de cuatro meses.

—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Marco, con un poco más de enojo del que sería necesario, a su novia.

Ella se encogió de hombros y bajó la mirada para ver el yogurt helado que él había pedido para ella. Sintió un atisbo de vergüenza al notar que, no solo la había llevado a un lugar que ofrecía productos que no le gustaban, sino que había pedido todos los toppings que ella nunca pediría. Las nueces y la granola hacían parecer aburrido al espeso líquido amarillento.

—¿Qué ordenaste para mí?

—Mi favorito —dijo él, con un deje de orgullo—. Yogurt de durazno con nueces, granola y semillas de lino. No sabes la cantidad de proteínas que tiene. —Y sin más, comenzó a devorar el suyo.

Nico la miraba desde una pequeña ventana, extrañamente contento de verla decepcionada al comer algo que no le gustaba. Casi por costumbre, rodó los ojos para sí mismo, recordándose que la chica no tenía nada especial. Se quitó la camiseta tirando de la tela detrás de su cuello y la lanzó en su mochila negra. Tomó una camisa del mismo color de allí, contrastando fuertemente con la verde agua que su jefe lo obligaba a utilizar, se colocó su sweater y salió por la puerta de atrás.

Caminó por el pequeño callejón a un lado del local hasta la calle del frente. Una vez estuvo cerca de su motocicleta, se recostó en ella para fumar un cigarrillo. Quizá así retrasaba el momento en que tendría que volver a su casa para aguantar a su padre.

Desde su posición podía ver a la perfección a Scarlett, y ya la estaba observando antes de ser consciente. Vio que sus labios estaban más rojos que la última vez, como si por fin hubiera comprado un labial de verdad y no un brillo de niñas, y su cabello rubio contrastaba con la gorra anaranjada que traía puesta. Nico bajó sus ojos por su figura sentada junto a la ventana y notó unas botas negras Dr. Martens que la harían parecer dos o tres centímetros más alta de lo que en realidad era. Jeans negros, casi iguales a los suyos, camiseta color canela y abrigo blanco. Parecía que sabía lo que hacía al vestirse.

El chico reparó con satisfacción en su pequeño yogurt helado, derritiéndose sobre la mesa, casi sin que lo hubiera tocado luego de las dos primeras cucharadas. Sonrió, negando con la cabeza y dejando de verla. Lanzó su cigarrillo al suelo, lo pisó y se agachó a levantarlo para desecharlo donde debía.

Mientras volvía del recipiente de basura y se sentaba en su motocicleta, decidió que se permitiría verla una vez más. Con miedo a atraparla en medio de un beso que no le alegraría precisamente el día, se debatió unos segundos. Al decidirse, traspasó la ventana con su mirada y la vio llorando. Su novio se había levantado y había salido por la puerta en la dirección opuesta a la de Nico.

Él tragó saliva y encendió su vehículo.

invisible string [di angelo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora