Capítulo 18.

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¡Hola mis bonitos lectores! ¿Estuve pateando a propósito este capítulo? Sí, porque los nudos de la trama siempre absorben mi estabilidad emocional, mental y energética, así que estoy muerta, pero igual llegué hoy. Muchas gracias a las personas que se toman el tiempo para leer.

¡Espero que les guste!

¿Qué es un alma gemela?

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¿Qué es un alma gemela?

—¿Ash? —Él no lo escuchó, él le sonrió para redefinir la tristeza y llevarse el corazón en la manga—. ¿A dónde vas? —Él estaba caminando demasiado profundo en esa ventisca. ¿Cómo encontraría el camino de regreso si se iba tan lejos?—. ¡Ash...! ¡Ash! —¿Cómo lo hallaría sino le daba la mano?

Pero él no volvió.

Despertó de golpe, el sudor le había quemado la piel y el llanto inyectado las pupilas, él apretó con fuerza las sábanas, frustrado. Esa conexión se desvanecía, la falta de calidez había calado hacia lo más tortuoso de sus pesadillas, él no era capaz de dormir, comer, siquiera pensar sin el lince de Nueva York. Era como si el sol fuese el instante de la realidad y ahora que las tormentas se habían acribillado en sus grietas la historia carecía de sentido. Él se sentó en la cama antes de hacerse un ovillo contra sus rodillas, un toque muerto le repasó la muñeca, él se dio el coraje para girar la llave de su pecho solo para hallarlo vacío. Porque Ash Lynx se había ido.

Y él ya no lo sentía.

—¿Eiji? —La expresión de Shorter fue un poema desteñido—. ¿Estás bien? —Aunque sabía que la pregunta era estúpida se forzó a hacerla, se había vuelto costumbre para el psicólogo encogerse como un niño mientras clamaba por un amanecer extinto.

—Solo fue un mal sueño. —Encontrarlo con la mirada hueca, con un aspecto de absoluta demacración y una expresión de pura soledad, le cerró la garganta—. Estoy bien. —Pero su voz se quebró y por sus mejillas corría la lluvia, él suspiró antes de acercarse.

—Oye... —Apenas se sentó en la cama su atención se clavó en un frasco sobre el velador.

—No me mires así, no tengo la energía para contradecirte. —Ni siquiera se atrevió a alzar el mentón, los dedos del moreno se crisparon contra su regazo, esto era una agonía.

—Eres inteligente, no hagas esto. —El japonés pintó una sonrisa descolorida.

—Lo sé. —Sus puños se hundieron como barquitos de papel en su pijama—. Es irresponsable tomar antidepresivos sin recetas, lo entiendo mejor que nadie. —Eso no lo detuvo para empastillarse. Porque él ni siquiera tenía una camisa para recordarlo o una fotografía para lamentarse, ellos destruyeron su burbuja de felicidad con una crueldad repulsiva.

—Entonces no lo hagas. —Ese dolor—. Es terrible para tu salud. —Él se apretó el pecho, tratando de arrancarse los sentimientos.

—No es tan fácil. —¿Cómo aferrarse a la infinidad si se quedó sin tiempo?

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