Capítulo 4.

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¡Hola mis preciosos lectores!

Porque esta mujer lidia con su estrés de fin de semestre escribiendo, traigo capítulo.

Muchas gracias a las personas que se toman el tiempo para leer esta pequeña historia. Espero que sea de su agrado.

 Espero que sea de su agrado

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Los ojos eran entrada hacia el cielo y puerto de ensueño. Eran la tranquilidad antes de la tormenta y espejos de memorias quiméricas. Secretos no escritos y amores no correspondidos. Si aquel par de jades eran reflejo de alma y retazos de vida. ¿Qué tan fuerte se tendría que aferrar Eiji Okumura para no ahogarse en aquel océano de soledad?

El aroma a humedad y cerveza rancia, el enfermizo tintineo de una luz amarrilla, una banca de madera podrida cubierta de garabatos y repleta de astillas. Sus pies se arrastraron entre colillas de cigarrillos y aspereza de granito, sus brazos rodearon sus rodillas, aún dentro de la estación de policía el golpeteo de la lluvia dejó agonía y pintó soledad. Esta era una habitación gris e insignificante. Una deprimente jaula para ratones. El oficial afuera de la celda se encontraba charlando por teléfono frente a un viejo escritorio y un vaso de café. La mirada de Frederick Arthur fue imposible de digerir ante tan diminuto espacio. Aquellos ojos fueron como navajas contra la piel del más bajo, él tragó. Sus dos piernas se habían estirado sobre el destartalado asiento, las cadenas que sostenían aquella tabla tintinearon cuando él se balanceó, el japonés se encogió contra la esquina, sintiéndose presa y tragedia frente a esa clase de expresión. Las paredes de aquella prisión estaban llorando. La lluvia había escurrido por una ventana rota.

Él suspiró, frotándose el entrecejo. Fue su culpa por pedirle que se quedara. Él lo sabía. Su corazón fue una maraña de espinas y tensión. Lo apretó con fuerza. Y esto era una estupidez, él había pasado una vida sin conocer a Ash Lynx. La boca le tembló, la garganta se le impregnó de quizás y felices por siempre. ¿Entonces por qué? ¿Por qué ahora era tan aterradora la idea de vivir sin él? De seguro había enloquecido. Irónico para alguien de su profesión.

—¿Qué se siente estar del otro lado de la justicia? —La nuca de Arthur se dejó caer sobre aquella oxidada y delgada cadena, el bamboleo del asiento contra la pared fue violento y estridente—. Espero que no extrañes mucho los lujos de tu hogar. —Su mirada recorrió con curiosidad la celda. Decadente y lúgubre. Casi escalofriante. Al menos el piso no se estaba desbordando como en su casa ni tenía que lidiar con los ronquidos de Shorter. No estaba tan mal. Él rio, relajando sus piernas contra el pedrusco mojado que pretendía ser piso.

—No es tan terrible como lo imaginas. —Aquella respuesta no fue lo que el más alto quiso escuchar. Estúpido. De manera abrupta, él clavó uno de sus pies sobre el suelo, deteniendo el movimiento de la banca—. Pensé que te habían dejado ir por falta de pruebas. —La incomodidad en el rostro del pandillero fue evidente y dolorosa. Él carraspeó, nervioso.

—Me dejaron ir hace un par de días. —La carcajada del policía al otro lado de los barrotes no ayudó a aligerar la tensión.

—¿Entonces? —Eiji levantó una ceja, sus músculos se relajaron, su cabello se había empapado por culpa de la gotera, el frío había calado hacia grietas de alma e ilusión—. ¿No deberías regresar a tu casa? —La mirada que sostuvieron fue un muro de espinas.

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