Capítulo 7.

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¡Hola mis bonitos lectores!

¿Qué es peor que dar el primer examen de licenciatura en pleno estallido social? Dar el segundo en pandemia. Así que aquí me tienen, mi cerebro actualiza bien bajo presión y estrés.

Muchas gracias a quienes se tomaron el tiempo para leer.

Espero que sea de su agrado.

Espero que sea de su agrado

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Rosas rojas para el amor. Mientras se vanagloriaba el triunfo de la pasión sobre el filo de las espinas, el color de la vitalidad tomó forma frente a las dificultades para desglosarlas como pétalos.

El leve arrullo de su voz, el vicio del perfume entremezclado con la melancolía de las hojas secas, una tenue bruma a la orilla de la carretera, el roce de sus palmas sobre aquella delicada y temblorosa espalda, un estridente palpitar de corazón. Eiji tragó, intentando limpiar el tajo que adornaba la frente del lince de Nueva York, sus manos se encontraban tiritando en el aire mientras un pequeño algodón humedecido con alcohol era corrompido por la espesura del carmín. Le costó respirar, le costó estar cerca de él. El japonés solía hacer esta clase de cosas por Shorter todo el tiempo, su mejor amigo era descuidado e impulsivo, sin embargo, esto era diferente. El viento les removió los cabellos con suavidad, los ojos de Ash Lynx le dieron sentido al infinito con una sola mirada. Afilada y felina. Arisca pero dulce. Estar tan cerca de él le había arrancado la razón.

El más bajo no sabía si la violencia de sus latidos era porque en el fondo deseaba que él fuese su alma gemela o por la repentina conexión que los había unido como si fuesen una cadena. A él le aterraba pensarlo. Aún si ese terco americano resultaba ser su preciado amanecer, él era el único que lo había sentido, aquel precioso e irrefrenable vínculo no parecía ser correspondido. Y eso le dolía. Se decía que era mentira y estaba consciente de que era imposible, pero su pecho se estaba desgarrando con espinas y su garganta se había llenado de pétalos y cenizas.

Conocerlo fue descubrir el secreto del universo y tener la certeza de que no era para él. Hermoso, sublime y desalmado.

—¡Duele! —Aquel infantil quejido lo hizo reaccionar, él apartó el algodón del contrario, con lentitud. El cabello se le había pegado en una extraña mezcolanza de rojo, pólvora y dorado.

—Perdón. —Estaban sentados a la orilla de la carretera en un pueblo olvidado—. ¿Te duele? —Las cejas del rubio se tensaron, sus labios se fruncieron con indignación. El silencio fue estrepitoso.

—Claro que me duele, no sé tú, pero yo tengo un cuerpo muy delicado. —El ceño del psicólogo fue arrugas y rigidez, una repentina y aniñada molestia le cerró la tráquea—. Duele mucho si lo haces sin cuidado. —Aun cuando él se las había arreglado para improvisar un botiquín mientras Arthur iba a comprar gasolina, él se estaba quejando. Petulante.

—Pues perdón por ser un japonés descuidado. —El repentino berrinche del moreno le pareció lindo, él acomodó su mentón sobre su palma, deseando que ese instante se extendiese por el resto de su infinidad—. Cierra los ojos, el olor te puede molestar. —Ash obedeció, aunque el ardor del alcohol le era venenoso y familiar fue reconfortante bajo la presencia de Eiji.

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