Veinticinco

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Ahora Dean estaba en su camino a casa, jineteando su montura de metal con la avidez que una cabeza fría conllevaba. Su corazón estaba un poquito más apaciguado.

Había sido todo un caballero, había mirado a Castiel directamente a aquellos fanales cristalinos con la admiración de un niño, y con el hedor que emanaba la elegancia y sinceridad de sus palabras había arrasado como la caricia seductora y arrepentida que esperaba ser. Se había ofrecido el escoltarlo a casa, como un adolescente tan encantador como desosegado, y sin embargo, Castiel había refutado, argumentando que tenía una inconmensurable cantidad de responsabilidades que atender en el cielo. Ahora que el humano había recuperado la salud y la cordura, poco tenía que hacer el ángel en la tierra.

Ah, además, el rubio se abochornaba de la cantidad de tiempo que le tomó el recuperar la capacidad de mediar palabra después del aquel brutal y sorpresivo ataque, pero eso ya no importaba.

Su mente se mostraba habilidosamente veloz cuando arribaba a casa de Bobby, tanto que el cerebro se le sofocaba dentro del cráneo, como una máquina vaporosa que poco tardaba para empezar a oler a quemado.

El interior de ese hogar poseía un ambiente extraño, diferente o simplemente excéntrico que le pareció una bofetada. Tal vez lo necesitaba.

—¿Dean? ¿Donde has estado? Ni siquiera nos dijiste a donde ibas. —Le riñó su hermano enseguida.

—Eso no es importante. Lo importante ahora, es que necesito que se vayan de la casa, solo por unas horas. —El cazador intentaba explicar lo que por su mente tan insistentemente había iniciado a cobrar forma a través de extrañas gesticulaciones con sus manos, y esperando, con todo su corazón, que la impetuosidad denotada en aquellos ojos de esmeralda fueran suficiente explicación.

—¿Qué? ¿Por qué? —La voz de Bobby surgió de la cocina, como si fuera un fantasma que le causaba cierta extrañeza, y con una parsimonia que no poseía, notó como el anciano se frotaba las palmas con una franela.

—Wow, tranquilo papá. Ya no soy un adolescente, no voy a hacer una fiesta y no tengo que dar explicaciones. Solo dime, ¿puedo tener la casa a solas o no? —Entre toda su palabrería, enredada como una red, brillaba un arrebatado destello de ira, solo una víctima del sarcasmo, pequeño pero consistente, parte de su intrincada personalidad.

—Escúchame muchacho, pasa que esta es mi casa, y si la quieres vas a tener que decirme para que y meterte esa actitud de vuelta en el trasero. —Es usual que uno mude de expresión con la audacia de un fenómeno, pero tal hazaña dejaba con un gusto amargo en la punta de la lengua. —Y no vuelvas a llamarme "papá" con sarcasmo. Te he criado y lo he hecho bien.

A Dean le parecía terrible aquella situación, sintiendo las manos atadas y acorralado por una impotencia que se le antojaba su mayor descaro. Pero, siendo poseedor de las habilidades con las que contaba para enmascarar su sentir, fue una mueca de orgullo y prepotencia lo que a su semblante arribó.

—No, espera, ya se lo qué pasa aquí. —Apuntó su inoportuno hermanito, con la lengua más suelta que un potro salvaje —Dean siempre se pone así cuando se trata de sentimientos, de algo profundo.

—¿Cómo así?

—A la defensiva, Dean.

—Pf, no es verdad. —Pero en su interior sabía que si era verdad.

Dean lo pensó por un momento, siendo víctima de una curiosa sensación, deseando ser arrastrando tierra abajo con una sublime vehemencia, impaciente e intranquila. Reflexionando sobre su miseria, pensó que su estómago había adquirido la increíble habilidad de contorsionarse en un nudo.

Celo [Destiel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora