Catorce

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Dean apretaba a Castiel con devoción y toda la ternura con la que era capaz.
Sus brazos se apretaban alrededor del otro, con una fuerza considerable y con una calidez aún mayor.

Escuchó como Cas suspiraba calmadamente en su hombro, sintiendo su aliento apenas rozar su nuca, sin embargo, esto bastó para enviar variedad de descargas eléctricas por su espina dorsal. El ángel, por su lado, se sentía extrañamente seguro con aquella muestra de cariño. Era raro, difícil de explicar. Como si fuera abrigado de un frío que no sabía que tenía.

Dean hundió la cara en la gabardina de Cas. Sabía que no tendría una oportunidad similar hasta pasado largo tiempo. Es decir, después podría conquistarlo, seguro estaba, nadie se resistía a sus encantos. Sin embargo, la idea hacia que su estómago se deshiciera en retortijones, o mariposas, era igual.

Pero bien dicen los que saben que todo lo bueno termina.
De golpe, el ambiente se volvió pesado. Castiel dio un brinco tan fuerte que casi lanza a Dean hacia atrás.
Cas se puso rígido y frío, como una inanimada estatua. Por un momento, Dean temió que así hubiera pasado, que por el arte de alguna magia desconocida, el ángel se hubiera petrificado.

Castiel se echó para atrás como si el tocar al cazador le quemara, y aunque fuera casi imposible, la expresión en su cara hacía ponerlo en duda.
Cuando puso distancia entre ambos, a sus oídos llegó el sonido de la tela al rasgarse.
Dean le miró con cara de total incredulidad, mientras seguía con las manos extendidas en el aire. No tardó demasiado en deparar en la sangre espesa, ni en las gruesas garras negras que había en los bordes de sus dedos.
Miró a Cas. El ángel tenía la gabardina rota y por esta escurrían manchas rojas que, incluso, habían alcanzado el piso. Pero lo peor de todo, era sin duda el desasosiego en su expresión y la ira en su mirada azul.

Dean vio como Castiel temblaba y le miraba con algo parecido a la repugnancia; entonces, con los labios fruncidos, llenos de tristeza, salió por la puerta.

El cazador se quedó solo, su labio inferior tembló, aún con los brazos extendidos hacia delante. No tenía ni idea de lo que había hecho, pero si sabía, que aquella expresión tan desolada y a la vez iracunda, era algo que nunca había visto en Cas. Sentía un vacío horrible y doloroso que se le había abierto de golpe en el pecho.

Una parte algo más insensible de él también sentía curiosidad por el hecho de que hubiera salido andando y no volando.

Cerró los puños, pues sentía los dedos agarrotados. Se miró las manos y descubrió ahí, en vez de uñas, garras de unos cuatro centímetros, camufladas de rojo, pero negras debajo; había dejado sus palmas llenas de sangre.

Luego, con pesar comprendió que, al abrazarlo, inconscientemente le había clavado las garras en la espalda, le había apuñalado en las alas.

Resopló, sin ápice de felicidad, con un desprecio profundo más bien.
Irónico, Castiel había ido a ayudar a limpiar la sangre de sus manos y terminó con la de él decorándolas.

Tenía tantas, tantas ganas de cortárselas.

Mordiéndose la lengua fuertemente se levantó y caminó hacia el lavabo, dispuesto a lavarse el mismo y de paso auto-dirigirse una mirada envenenada.

Abrió el grifo y metió las manos en el chorro de agua fría. Entonces comenzó a respirar fuertemente. No quería mirarse el mismo, era repugnante y se negaba a ver su desagradable rostro devolviéndole la mirada.

Celo [Destiel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora