7

606 55 1
                                    

A la mañana que le siguió a aquella noche, el pegaso se encontraba en el comedor, degustando una gacha, bastante simple, pero a él le agradaba. No consideraba tener un estatus propio en el mundo exterior, y el sentimiento de tener que ganarse las cosas por su cuenta, era algo que ocupaba casi toda su conciencia. El encontrarse con Luna en ese callejón fue cosa de suerte, pero el vivir con ella era algo que no implicaba nada, era cosa de él mismo el ganarse su sustento haciendo por lo que estaba ahí en primer lugar; Acompañar a Luna. Para su suerte, era algo que también disfrutaba de hacer.

Las cortinas del comedor estaban cerradas, ya que la luz directa del sol dañaba sus ojos, provocándole adores y migrañas horribles; Esa era de las muy pocas peticiones que les hacía a los sirvientes, cerrar las cortinas. Él era el único en todo el oscuro salón. Yacía sentado solo, en la gran y larga mesa, comiendo aquella gacha, cucharada por cucharada, sosteniendo esta última con las puntas de su ala izquierda. Al lado de la silla en la que estaba, también estaban sus alforjas, llenas de algunos libros sobre magia y alquimia, de los cuales sacaba mucho conocimiento, y a veces solía hacer observaciones junto a su maestro, con quien también los ponía en práctica. En el respaldo de la silla estaba su capa café oscuro, y él llevaba puesta una túnica, que cubría todo su cuerpo, menos sus alas y piernas, era de un color un poco más oscuro que su propia piel.

Se mantuvo en esa soledad por varios minutos, no le molestaba en lo absoluto, pero su soledad y silencio se esfumarían al escuchar cómo una de las puertas del comedor se habría, y una cansada Luna entraría por la puerta.

—¿Desayunando tan temprano? —preguntó Luna, al verlo en medio del cuarto semi oscurecido.

—No es temprano, pasan de las siete —contestó el pegaso pelirrojo, quien al hablar escucharía su propio eco, entre el solitario comedor.

—No sé qué es lo que haces para estar despierto por veinte días, dormir cinco horas, y mantenerte despierto otros veinte días —dijo Luna, también sonando con un eco tras su voz.

—Son cosas de la mente, cuando naciste y creciste viviendo de esa manera, aprendes a resistir el cansancio, pero solo eso. —El pegaso movería su casco derecho, y tocaría la parte su corazón, que estaba muy alterado todo el tiempo, dándole al pelirrojo una ansiedad constante—. Lo demás no cambia —giraría un poco su cabeza a un lado, intentando evitar ver a los ojos de Luna.

Ella sabía perfectamente que eso era su culpa. Tener un acompañante nocturno, no era un trabajo nada sano. Su pegaso experimentaba problemas de ansiedad, problemas cardiacos, y unos pocos psicológicos, dada la falta de sueño. Ella lo hacía mantenerse a su lado, y a pesar de que ello los mantuviera contentos a ambos, para Athan, eso conllevaba un riesgo muy alto. Incluso podría llegar a morir a una edad muy temprana. Pero era eso, o verlo sufrir cada noche con sus pesadillas, que, con cada hora de sueño, solo empeoraban, y la peor parte, era que ella no podía hacer nada. Mantenerse con esas pesadillas noche tras noche, incluso sería peor que mantenerse despierto por veinte días, ya que su mente sería la directamente afectada.

—¿Seguro que no quieres dormir otro poco? el señor Biruni no se enojaría —preguntó Luna, rodeada por esos pensamientos preocupantes.

—Seguro —contestó el pegaso, todavía sentado en la silla.

Luna suspiraría, sabiendo que cuando ese muchacho decía o pensaba algo, nada ni nadie le podía sacar la idea de la cabeza.

—Cómo quieras. —La alicornio se acercaría a la mesa, y agarraría una banana del tazón que servía cómo decoración—. Sabes dónde encontrarme —dijo Luna, saliendo del salón.

—Vaya que sí te hace falta dormir —diría Athan, mientras veía a luna irse de una manera casi sonámbula. Al verla irse, él solo volvería a comer.

My Little Pony: Era oscura (BETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora