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Se sentía felizmente patético.

Luego de que el avión aterrizara en tierras inglesas esperaba que sus ánimos de salir a recorrer las pomposas y elegantes calles de Londres, importándole poco los llamados y reclamos de Yakov al desaparecer y no volver al hotel donde se hospedaba las veces que viajaba hasta casi entrada la noche, salieran a flote una vez pusiera un pie fuera del avión.

Pero no fue así.

Chris había intentado animarle invitándolo a ir a comer el aperitivo que gustara probar en la cafetería donde pocas veces frecuentó con el modelo que le traía loco. En otra ocasión hubiera dicho obviamente que sí y hasta hubiera tenido que preparase mentalmente para escuchar a su mejor amigo en modo "quinceañera enamorada y hormonal", durante tres horas o hasta que la lengua empezara a dolerle de tanto hablar, sin embargo, la invitación fue rechazada.

Ahora se encontraba allí. Solo. Tirado en medio de la cama de la lujosa habitación del hotel donde se quedarían otras dos semanas, viendo al techo como si fuera la cosa más interesante y hundiéndose en sus pensamientos.

Pensamientos que en su mayoría, desgraciadamente, ocupaba su lindo y ardiente rival.

Y es que no podía sacarse de la cabeza la imágen de ese bonito japonés sentado en su regazo, pidiendo con un inocente erotismo que siguiera tocándole, sintiendo sus piernas enredarse al rededor de su torso, la agitada respiración chocar con su piel y esos gruesos labios dejar un pequeño beso en el cuello que le sacudió hasta el alma. Si Chris no se lo creía, él tampoco lograba asimilar del todo que había tenido la oportunidad de pasar una noche haciendo tales cosas con Yuuri, de hecho, le sorprendía el cómo pasó tan rápido de hacer un intento de consolar a un melancólico nipón, a complacerlo acariciando, besando y mordiendo toda esa nivea piel impregnada del exquisito Eros de Versace, disfrutando de escuchar su nombre salir de esa dulce boca en los más preciosos gemidos que sus oídos habían tenido la dicha de escuchar.

Si hace un mes le hubieran dicho que aquel chico rellenito japonés, de adorables mejillas gorditas y tímida sonrisa, con el que había barrido el piso en sus inicios, llegaría nuevamente a su vida vuelto toda una sensual deidad digna de eterna veneración y se atrevería a alborotar esos sentimientos que tenía bajo llave y en el rincón más profundo de su ser, se hubiera echado a reír como todo un desquiciado con serios problemas mentales. Pero ahí estaba. Sintiendo un agradable calor en su pecho, por no decir que un cosquilleo se había instalado en su vientre bajo y que sus pantalones parecían encogerse cada vez más.

Estaba solo y excitado, no había problema con desabrochar su cinturón y botón, abrir la bragueta y bajar sus prendas inferiores para dejar que su mano aliviara aunque fuera un poco ese ardor.

Oh. Si tan sólo fuera la gloriosa boca de esa dulzura que tenía por enemigo.

Estaba a punto de comenzar lo que tenía en mente cuando tres toques en la puerta de su habitación acompañado de unos rasguños le cortaron el momento. Levantándose con cierto fastidio y balbuceando una que otra queja en ruso se dispuso a abrir para decirle a quien sea el que estuviera allí afuera, que fuera en otro momento menos inoportuno, más sus palabras fueron tragadas rápidamente al ver el personaje que esperaba fuera de su recámara junto a una obediente pelusa marrón.

-¡Yuuri! ¿Qué te trae por aquí?_ sonrió forzado, recargándose en el marco de la puerta mientras cruzaba sus piernas en un intento de ocultar su erección_ y a Makkachin_

-Vine a entregarte esto_ suspiró mostrándole el reloj que había dejado la noche anterior en la habitación del azabache y no recordaba hasta ahora_ quedó debajo de mi ropa... Y Makka quería venir contigo, así que aquí están_

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