Prólogo

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Un paso, luego otro paso, luego salto.

Así voy, mientras cruzo el paso peatonal sin intención de pisar las líneas. El semáforo en verde para mí, la brisa fresca, el olor de las flores. Todo invade mi alma y me llena de una paz inexplicable.

Suspiro hondo, mirando las aves que sobrevuelan el cielo azul, las nubes jugando con el viento que las moldea a su gusto. Una sonrisa suave se desliza en mis labios, mientras busco en el bolsillo de mi chaqueta la pulsera que yo misma hice para mi mejor amigo.

Día del amor y la amistad, el día que escogí para confesar mi amor por Koa.

Puedo hacerlo, no es como si fuera a ser cruel conmigo.

Observo el objeto que hice, suspirando. Quizás hubiera sido mejor hacerle chocolate, o comprar alguno. Si bien he visto, hacerlo es una demostración de afecto sincera. Quizás hubiera tiempo, pero no puedo retrasarme más.

Cuando llego al sitio, me encuentro con la sorpresa que no soy la única en el lugar. Muchos grupos de la secundaria en donde estudio, se encuentran repartidos por el parque de los cerezos. Sin embargo, mis ojos van de un lado al otro, buscando a Koa, mi real objetivo. El regalo parece pesar el doble de lo que realmente es cuando lo encuentro, y echo a correr en su dirección, cuando la veo: Lynn, la niña nueva de la clase, sonriendo en dirección a Koa. Me detengo en seco, mirando el sonrojo que recorre las mejillas de mi mejor amigo, luego, veo la caja en forma de corazón que sostiene en su dirección.

Me estás matando.

—¿Koa? —Su atención cae en mí de inmediato, y debo tragar grueso para contener las lágrimas que me pican en los ojos.

—Kanna, yo... —Desvía los ojos, rascando la parte trasera de su cabeza. El cabello negro se le amontona un poco, pero el sonrojo y el nerviosismo en ningún momento abandonan su expresión. Su mirada cae sobre Lynn, que sostiene la caja contra su pecho.

No necesito alguna explicación con sentido, para comprender que él está enamorado de ella.

La pulsera que hice esta mañana se desliza de mis manos, cayendo contra el suelo lleno de pétalos. La brisa sopla con fuerza, rodeándonos. Siento las lágrimas frías en mis cachetes calientes, y no hago más que contener un sollozo y salir corriendo lejos del lugar.

No me fijo en el camino que estoy tomando, quizás sea principalmente, por el hecho de que las lágrimas me nublan la vista.

Aún así, me percato del auto que intenta frenar para no llevarme por delante.

Pero es tarde.

Los gatitos hacen miauDonde viven las historias. Descúbrelo ahora