Kohaki me dedicaba atención. Suma atención. Enderezaba el listón, acomodada mi esponjoso pelaje, checaba mis uñas cada tanto. Parecía un modista ensimismado con la modelo que usaba su diseño. Y, muy lejos de resultarme irritante, me resultó tierno.
Quizás las palabras de la Diosa de las vidas me habían dejado la cabeza echa un nudo, el suficiente para que mi humor pasara de cruel a sombrío. Y me sentía pasiva en todo momento. Sentía que podría acabarse el mundo ahí mismo, y no pasaría nada.
—¿Estás listo, Kohaki? Ya sigues.
El niño asintió, lleno de nervios. Me llevó en brazos hasta la tarima, en donde pude ver a varios niños, padres y representantes reunidos. Supe, al momento de mirar a Kohaki, que estaba nervioso. Y lo supe aún más, cuando entre el público divisé a su padre.
Un hombre estricto, de mano dura, y de escasos gestos de cariño. Aún así, no dejaba de apoyar los deseos de sus hijos. Sabía que este niño lo admiraba, que era su héroe. Y, siendo consciente de eso, un nudo se instaló en mi garganta.
Quise explorar la zona hace unos días; la zona por la que viví cuando estaba viva. Mis padres se habían mudado ya hacia unos años, lejos de la capital para estar más cerca de los abuelos. Mi muerte les sentó tan pesado, que papá —el hombre fuerte, correcto y amable que todos conocían—, se había ido abajo. El alcohol parecía ser su consuelo, y sus ganas de vivir se fueron en picada. Perdió su trabajo, y estuvo apunto de arruinar lo único que le quedaba por una mala jugada: el resto de su familia.
Desconozco realmente los detalles de su recuperación. Pero sólo sabía que se habían mudado, para dejar de lado mi dolor... para avanzar. Me habían liberado, se habían liberado.
Sentí como Kohaki intentó hacerme hacer un truco, pero estaba tan en trance que no le seguí. Lo hizo tres veces más, haciendo así que la gente soltara uno que otros murmurios y que los niños del público se rieran por lo bajo.
Estuve a punto de hacerlo llorar, y su mirada se fue directa a sus zapatos.
Sintiéndome realmente mal, acaricié entre sus piernas antes de sentarme frente a él, para mirarlo. Quería comunicarle que estaba lista con sólo mis ojos. Y parecía que me entendía, incluso, brevemente, vi reconocimiento en sus ojos.
Lo vi, a pesar de que no podía recordarme. Era tan sólo un bebé.
Pero ahí estaba. Y, para mi mala o buena suerte, había musitado por lo bajo mi nombre.
Mi nombre.
—Kanna... —volvió a repetir, antes de carraspear y ponerse recto. Arregló su corbata y se puso firme, antes de ladrar la primera orden hacía mí. No tuvo que repetirlo dos veces. Hice cada uno de los trucos, sorprendí al público y emocioné más que nada a los niños. Incluso había sorpresa en los ojos del pequeño, pero ahí estaba la pizca de reconocimiento.
A lo lejos, caí en cuenta de que Agatha alzaba los dedos pulgares para celebrar mi victoria, cuando, quedé como ganadora entre los tres gatos. Ocupando el primer lugar.
Sin embargo, ese premio simbolizaba algo más para mí.
De regreso a casa, no estaba en la caja, estaba en las piernas de Kohaki que contaba conmocionado todo lo que sucedió.
Hasta que dijo mi nombre.
Y, cuando la tensión invadió todo. Me enteré de algo que nunca había esperado que pasara.
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Los gatitos hacen miau
Historia CortaPara muchos, el efecto dominó podría ser considerado algo bueno, o algo malo; todo podría depender siempre de la situación en la que éste se ejecuta. Sin embargo, para Kanna, no resultó tan bien como lo esperaba. El día en que decidió por fin confes...