El cuerpo de mi alma

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Mi caída al mundo terrenal resulta más horrorosa de lo que nunca pude creer, de hecho, la imagen —si lograran verme realmente— de una chica totalmente desnuda cayendo del cielo a la tierra, sin algún objeto que pueda detener un impacto destructivo que éste pueda ocasionar. Suelto un grito asustadizo, cuando paso muy cerca de las hélices de un helicóptero, y no es hasta que observo la cima de los edificios de la ciudad, que me preparo para el impacto. Cubro mi rostro justo cuando atravieso el tejado de uno de los edificios, pasando de piso a piso hasta finalmente detenerme en uno. Sin embargo, cuando vuelvo a abrir los ojos, la mirada de un niño me hace chillar mientras me alejo. Su mirada atenta y cargada de ternura, me llena de absoluto miedo.

—¿Sucede algo, Kohaki? —Una voz grave y de adolescente, resuena detrás del niño, que gira la cabeza para mirar al chico que aparece frente a mí. Suelto un grito contenido, intentando cubrir mi cuerpo desnudo de sus vistas, pero algo... diferente... se siente algo diferente.

¿Qué es lo que está mal?

—Este gato entró por la ventana, hermano —le dice, mirando de su dirección a la mía. El chico se acerca, y no es pasado unos segundos, que logro darme cuenta de que es Koa.

¿Koa es mi propósito?

Miro hacia mi cuerpo, asustada por el pelaje cobrizo que me cubre todo el cuerpo. Subo una de mis manos a la altura de mis ojos, para mirarla, pero es peludita. Es una pata.

Pero, ¿qué demonios? ¡Diosa!

No hay respuesta inmediata.

¡Diosa!

—¿Qué sucede, Kanna? —Me doy cuenta que sólo yo puedo escucharla—. Haz vuelto al mundo, eso es todo.

—¡Soy un gato! —Eso se escucha como un maullido.

—Corrompiste el deseo de volver al mundo como una entidad pura, así que regresaste tomando la apariencia de una gata —me explica—. Los gatos son animales salvajes a sus maneras, y tú pareces del tipo de persona difícil de domesticar, por lo que respecta a las emociones. Parece que no sólo debes resolver lo que quedó pendiente, sino que debes volver a tomar tu forma natural antes de la luna llena, de no ser así, quedarás así para siempre.

No puede ser.

—Tienes un mes para lograrlo —la escucho reír—, mucha suerte, Kanna.

Miau. —¡Diosa!

—¿Qué haremos con el gato, hermano?

Mis felinos ojos van hacia la pareja de chicos que discuten mi destino, y tiemblo por dentro. ¿Qué pasa si deciden comerme? ¿Qué pasa si me vuelvo una gata callejera? ¿Qué pasa si muero con este cuerpo?

—Todo dependería de la decisión de nuestros padres, Kohaki. ¿Por qué no les preguntas?

—¿Crees que me dejen tenerlo?

—Te prometieron una mascota para tu cumpleaños, ¿no? Quizás podrías adelantar el regalo para ahora, es una buena idea.

—¡Tienes razón! —Kohaki se coloca de pie, apretando sus puños con decisión—. Les preguntaré a papá y a mamá.

Sale corriendo, en dirección a un pasillo. Observo el panorama, fijando mi atención en la ventana detrás de mí. Mi reflejo se ve claramente. Ojos dorados, y pelaje naranja.

Soy un gato.

Maldita Diosa.

Los gatitos hacen miauDonde viven las historias. Descúbrelo ahora