Parecía mentira, pero yo, siendo un animal, tuve una pesadilla.
Había soñado con las manos. Largas, de dedos flacos y estirados, callosos y fríos, que me jalaban por las patas y me arrastraban hasta un lugar oscuro, lleno de lamentos, sufrimiento y tan frío como la zona más fría del planeta.
Me sentía horrible cuando desperté. El sudor bañaba mi pecho, las sábanas atrapaban mis piernas y, por el espejo, tenía un aspecto de pena. Las ojeras se hacían más moradas bajo mis ojos, los mechones de mi cabello eran una mata desordenada y mis pómulos parecían levemente hundidos. Tenía el aspecto de un muerto, y pensar eso, me dejaba con el sabor más asqueroso en la boca.
Soltando un bostezo, me dejé caer fuera de la cama antes de caminar directa a la cocina.
Sabía que a esta hora no había nadie en casa, así que podía pasearme con libertad con el aspecto más humano que podría tener en esta vida. A pesar de mi cola, que se sacudida con movimientos suaves, y mis orejas sobre mi cabeza —lamentando el hecho de no tener orejas normales, justo en donde deberían estar—, y miraba la tele mientras me hacia dueña de un cuenco con leche y cereal. La comida de gatos estaba justo al lado de la arena, y aunque muy pocas veces la usaba —casi nunca, realmente—, me causó curiosidad.
Esta gente me amaba, estaba claro. Me querían por ser parte de la familia. Era la mascota, de hecho. Y no sabía cómo estarían de desdichados cuando esa misma noche me fuera. Porque la luna llena ya había llegado, porque me había dado por vencida y porque tenía el frío más frío que jamás había tenido. Tenía un pie más allá que aquí, así que no comprendía cómo Ao, sobreviviría sin Kanna. Técnicamente era yo misma, y no pensaba que pudiera dejar un pedazo de mí con ellos.
Aunque si hubiera una manera, lo haría.
Tras un maratón de películas viejas y una ducha humana, busqué ropa en el armario de Koa para poder vestir algo. Me decidí por una camisa grande, que me cubriera lo suficiente para dejar mis piernas desnudas, y robé uno de sus bóxer para colocármelo ya que mi ropa —el uniforme escolar— estaba sucio.
Disfruté mis tiempos de humana como sabía que nunca disfrutaría jamás. Hasta que se hizo de noche.
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Los gatitos hacen miau
Short StoryPara muchos, el efecto dominó podría ser considerado algo bueno, o algo malo; todo podría depender siempre de la situación en la que éste se ejecuta. Sin embargo, para Kanna, no resultó tan bien como lo esperaba. El día en que decidió por fin confes...