Una oportunidad no es menos

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Era un gato solitario mirando por la ventana, como si de un poema deprimido se tratara. Esperaba ver a Agatha al menos una vez, antes de que todo pasara, pero la Diosa no había venido siquiera a ver cómo me sentía. Y yo me sentía realmente desdichada.

Faltaban unas horas para que fueran las diez de la noche. El frío y el ambiente oscuro era más pesado, y no compensaba el hecho de que los padres de Koa estuvieran tan preocupados, de hecho. Parecían ahogados de la preocupación. Su hijo mayor aún no volvía a casa, y aunque realmente no entendía por qué se sentían así —a veces Koa llegaba pasada las once y no decían nada—, lo comprendí cuando ambos padres se abrazaron y dijeron mi nombre.

Se suponía que hoy estaría celebrándose mi cumpleaños. Con mi familia, mis amigos y la gente que amaba. No podía tragarme el hecho de que la luna llena se hubiera antojado... No, mejor dicho, no podía entender cómo es que era tan irónica la vida, para arrebatarme lo poco que quedaba, el día que me la dieron.

La frustración me ganó, y siguiendo mis instintos, salí por la ventana en busca de Koa. No se me dificultó encontrarlo, ya que estaba en el techo del edificio. La brisa era más fuerte y fría, tanto que el pelaje parecía no ser suficiente para protegerme.

Vi a Koa sentado en el suelo, mirando a la nada. Y, justo a sus espaldas, estaban las manos. Esperando a reclamarle.

¿Por qué?

No creía que también venían a reclamar a Koa. No se me pasó por la mente.

Hasta que se acercó a la orilla, dispuesto a saltar.

Entonces grité su nombre. Él volteó, su mandíbula se desencajó y echó un paso atrás, lejos del peligro.

Me miré las manos, mis manos, y supe, sin verme, que la cola y las orejas habían desaparecido.

Lo supe de inmediato, justo antes de que la niebla y el frío me engancharan de la cintura y me echaran hacia atrás.

Los gatitos hacen miauDonde viven las historias. Descúbrelo ahora