Capítulo 11

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—No puedo... —se negó Leon inmediatamente.

—¿Por qué? No estás en ninguna asignación.

—Se supone que soy agente de operaciones especiales del gobierno, no el granjero de la BSAA.

—Bueno, esta asignación es más o menos especial. Y ya lo hiciste antes, no entiendo por qué te quejas.

—Phil, en serio, puedes asignar a otro agente... ¿Por qué a mí? —continuaba rezongando en tanto seguía al presidente por los pasillos de camino a su oficina en la Casa Blanca.

—Pero si tú mismo te ofreciste.

—Sí, porque supuestamente era solo por un día.

—Redfield dice que no, que ya sabías que era algo permanente y aceptaste. Yo debería estar enojado contigo por aceptar sin consultarme.

—Pues, no te avisé porque no acepté nada. Chris está loco...

—Vamos, Leon. Lo haces bien. Los reclutas te respetan y tú aprovechas para hacer un poco de ejercicio extra. Además, ya firmé la autorización y recibirás una paga. Relájate... —lo palmeó en el brazo y le dio la espalda.

Kennedy rodó los ojos y luego le habló a la secretaria.

—Melissa, tú sálvame de esto. Haré lo que quieras... Archivaré papeles.

Ella sonrió y lo miró compasiva.

—No hay nada que hacer, lo siento. Pero lo de quedarte allí todo el día es solo por esta semana, luego irás solo por las tardes. La entrenadora seguirá siendo la misma chica por las mañanas.

—Ya lo sé... por eso lo digo precisamente... —respondió Leon entre dientes. 

—¿Qué? —lo cuestionó Melissa sin comprender.

—Nada... Mejor me voy o llegaré tarde a la granja.

Leon se marchó rumbo al entrenamiento, los reclutas estaban esperándolo. Acababan de decirle que volvería a ser el maestro de los dos primeros grupos porque Katherine estaría ocupada en otra asignación. Asumió que se trataba de algo en el laboratorio.

Era verdad que entrenar a los pollitos lo ayudaba a despejarse, pero Leon no tenía ganas de aceptar el trabajo. Sentía que estaba atrapado en una racha de mala suerte y  cautivo también en un ciclo de mal humor. Aunque más que no tener ganas de ser entrenador, lo que no quería era estar cerca de Kay. Luego de su fallido —y curioso— intento de ser amigo de la rusa, no quería verla. 

Llegó a la base y rogó al cielo que nadie más abordara el ascensor hasta llegar al piso del gimnasio. Mientras ascendía, se puso a revisar su teléfono. Tenía varios mensajes sin responder y cero ganas de ponerse al corriente con las contestaciones. Deslizó entre todos los nombres esperando que ella le hubiera enviado alguno, y luego se preguntó por qué estaba esperando algo así; no tenía sentido. Con todo lo sucedido el día anterior, seguramente la chica estaba más que enfadada con él. ¡Pero no más de lo que él lo estaba con ella! 

Llegó finalmente, guardó el teléfono, se quitó la chaqueta y de inmediato ordenó a sus estudiantes comenzar con el calentamiento. Miró a los chicos esforzarse por cumplir con el número de repeticiones del moroso ejercicio, y mientras lo hacía, indagó en sí mismo algún motivo que no fuera ambiguo para explicar su odio hacia Katherine. Lo ponía furioso que le hubiera hecho creer que podían ser amigos, que se riera de sus chistes y que aprovechara ese estúpido estetoscopio averiado para... para luego solo correr donde el coreano y largarse con él, a olvidar en sus brazos la mala noche. Y de nuevo se puso furioso... mucho más que antes. 

𝚂í𝚗𝚍𝚛𝚘𝚖𝚎 𝚁𝚎𝚍𝚏𝚒𝚎𝚕𝚍 - 𝙿𝚊𝚛𝚝𝚎 𝟸, 𝙰𝚗𝚝í𝚍𝚘𝚝𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora