Capítulo 25 ❤️

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Kay experimentaba la renovación de sus pensamientos; su instinto de combate había cedido lo suficiente para que volviera a ver las cosas con humanidad. Tras la nube de vapor nada malo podría pasar ahora; nadie podía verla, nadie iba a gritarle, no tenía que defenderse. Se sintió protegida tanto de las amenazas exteriores como de sus complicaciones personales.

Todas las consecuencias del desagradable desastre en el que se había convertido la misión de aquella tarde desaparecieron, salvo el ardor en su cuello por la rasgadura que le dejó el mutante, como recordatorio del peligro y de su buena fortuna.

Cerró el grifo y se envolvió en la toalla, el agua tibia había mitigado su tensión. Eso y que, antes de la ducha, se quedó abrazando a Leon por unos buenos minutos, hasta que el momento se volvió innegablemente largo y, para evitar la incomodidad, hubo que separarse. Aunque se trató más de uno de esos límites sociales sobre el tiempo que deben durar las expresiones de cariño, porque de buena gana se habrían quedado abrazados por horas.

Salió de la bañera y se paró delante del espejo, debajo del cual había un mueble con tantos frascos que casi parecía el aparador de una tienda. Descubrir que Leon tenía más productos para el cuidado de la piel y el cabello que ella y que las chicas le pareció curioso y le hizo mucha gracia. Sonrió leyendo la etiqueta de uno de los frascos: «Deje reposar por quince minutos y enjuague»; soltó una risilla y lo devolvió a su sitio. Siguió mirando, una botella cuadrada de contenido azul captó su atención. El color le recordó al vial del virus que descubrió en el operativo, pero como lo último que quería era ponerse a rememorar sus acciones, sacudió sus recuerdos y giró la tapa para poder abrir, sentir el aroma, y comprobar si se trataba de la colonia que Leon solía cargar sobre la piel de su cuello. Lo inspiró, era suave como el de las hojas húmedas, pero con un toque como a frutas, no dulces, no cítricas. No fue capaz de identificarlo del todo, o quizás fuese solo que Kay no tenía tanta experiencia con perfumes. "Pero definitivamente su perfume...", concluyó. La sensación intensificada por el alcohol en la esencia envió un estremecimiento que atravesó su garganta y se escapó por las terminaciones nerviosas de sus dedos. Inspiró otra vez, olía maravillosamente, no tanto como cuando se mezclaba con el aroma de la piel del rubio, pero casi. No se resistió a robar una pizca. La esparció contra su muñeca y frotó para empujarla dentro de sus poros, y así tener presente la fragancia e imaginar que Leon estaba cerca.

Suspiró hondo, aliviada y a la vez incrédula. "No deberías estar aquí", se dijo a sí misma, mirándose al espejo como juez y parte de la contradicción. Había prometido nunca volver a hablar con Leon, ¿qué demonios hacía en su departamento? "Esa decisión fue poco práctica desde un principio"; no volver a dirigirle la palabra no iba a ser posible, debido al trabajo. Entonces decidió hacer otra promesa un tanto más realista: no le hablaría a no ser que fuera ineludiblemente necesario. Pero eso sí, —o más bien no—, no volvería a ser su amiga. Jamás pensaría si quiera estar cerca de él por motivos no formales, mucho menos en sus brazos, "ni siquiera mencionarlo...", ni hablar de tocar su boca, o de... disfrutar de su cuerpo bajo las sábanas. ¡No! Ese fue un error inaceptable y que no debería repetir nunca. No quería mostrarse más endeble. De ahora en más, controlaría sus emociones y solo se enfocaría en sus objetivos, como hacía antes de convertirse en una chica sentimental.

Sin embargo, allí estaba ahora, encantada por ese perfume, con su promesa defraudada y su decisión deshecha a medio camino. ¿Y para qué poner tanto empeño en convertirse en alguien que no le agradaba ser de todas maneras? No tenía caso... "Pero ¿quién eres?", cuestionó otra vez al reflejo. No lo sabía, debería redescubrirlo. De momento, aceptar las circunstancias sería lo mejor.

Secó su cuerpo y se vistió solo con su ropa interior y con la camiseta y el suéter que Leon tuvo la amabilidad de prestarle. Después tomó la secadora y el cepillo, que también él le dejó a vista, y comenzó a secarse el cabello.

𝚂í𝚗𝚍𝚛𝚘𝚖𝚎 𝚁𝚎𝚍𝚏𝚒𝚎𝚕𝚍 - 𝙿𝚊𝚛𝚝𝚎 𝟸, 𝙰𝚗𝚝í𝚍𝚘𝚝𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora