Capítulo 14

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El tono sonaba y sonaba esas ocho veces hasta que era reemplazado por una voz robótica que se anunciaba como el buzón de mensajes. Había sido lo mismo todo el viernes y todo el fin de semana. ¿Dónde estaba Leon? No había forma de saberlo. De lo único que estaba segura era de que no se hallaba de servicio en alguna misión.

Bianca colgó contando la llamada ignorada número cuarenta y dos; siete por cada mitad de día, multiplicadas por tres días... Nunca dejó un mensaje, llamar tanto ya parecía desesperado, y a la frustrada Miss USA no le gustaba lucir así para nada y por nadie. Jamás le había dado tanta importancia a ningún hombre como para romper sus reglas y llamarlo. Sin embargo, todos estamos condenados a conocer a alguien que nos hará pintar fuera de nuestros márgenes.

Cada vez que colgaba juraba no volver a intentarlo, pero al poco hallaba en su mente alguna justificación plausible y volvía a marcar, solo para reiniciar el ciclo... una y otra vez. Daban las once de la noche, sus planes de invitar al rubio a quedarse en su casa a pasar juntos el sábado y domingo fallaron estrepitosamente. ¿Dónde demonios se había metido? ¿Estaba evitándola? Imaginó unas cuantas ideas para explicar su desaparición —una de las cuales era que el maldito estaba en otros brazos—, hasta que finalmente tiró la toalla, y se fue a acostar con la cabeza llena de celos, dudas y de esos tirabuzones de silicona que usaba diariamente para su peinado.

Leon miraba el teléfono vibrando con insistencia, tanto por los mensajes como por las innumerables llamadas. No solo estaba ignorando el esfuerzo de la secretaria, sino el de todos en absoluto.

Se reportó como enfermo el viernes y pasó encerrado en su departamento los dos días siguientes; quería escapar de las perturbaciones, incluso si se trataran sobre asuntos importantes del trabajo. Sus amigos entendieron que querría estar solo y lo dejaron tranquilo desde la tarde del sábado. Phil, el presidente, quería invitarlo a almorzar el domingo e insistió varias veces también, aunque no tantas como Bianca; y Chris lo había llamado otras cuantas, porque quería preguntarle algo sobre el informe de su último caso, pero nadie pudo contactarlo. No era tan raro que hiciera eso, quienes lo conocían estaban acostumbrados a sus desapariciones.

Kennedy odiaba los celulares, decía que tenían el poder de borrar las puertas y que, por ende, cualquiera podía meterse a su casa cuando quisiera, solo que en forma de mensajes y llamadas; y no había nada más sacrilégico para el agente que la invasión de su espacio personal. Lo que sí fue diferente era que hubiera dejado el teléfono cerca, y que verificara el nombre cada vez que la pantalla se encendía. Usualmente, lo abandonaba por ahí y se dedicaba a rumiar su miseria sin revisarlo, pero no esta vez. Esta vez, tenía la esperanza de ver aparecer un nombre.

Se quedó recostado en silencio la mayor parte del tiempo. Los primeros dos días, su única compañía y entretenimiento fue una novela vieja que narraba una invasión alienígena. Ordenó comida china el primer día, pizza el segundo, pero se levantó a preparar una ensalada el tercero; ya había sido demasiado autoindulgente. Luego de almorzar, marcó el libro a casi un tercio de culminarlo, y se fue a organizar algunas de sus posesiones, que amaba, pero que no disfrutaba por falta de tiempo. Desempolvó sus vinilos, puso música a todo volumen, se deshizo de papeles viejos, reorganizó su clóset y después fue a la cocina a seleccionar los productos caducos de las alacenas y el refrigerador. Mientras lo hacía, silbaba y le hablaba a la mascota de su vecino; un gato que se escapaba a cosechar las sobras de su cocina, a pesar de no pasar hambrunas en su hogar.

—No me mires así, ya sé que no lo hará —le dijo a Max, el felino blanco que lo contemplaba impasible desde la ventana, como si fuera el único ser en el mundo que podía comprender sus emociones en ese momento.

Bianca no hubiera adivinado tal realidad. Puede que tuviera su atención y una buena respuesta física a sus juegos seductores, pero llegar a conocerlo, comprender su carácter, desarrollar una conexión o predecirlo era simplemente imposible. Para empezar, aún si se hubiera dignado a responder, habría rechazado quedarse a dormir con ella, pues una de sus muchas, muchas reglas, dictaba no pasar la noche con una chica que no fuera oficialmente su novia, ni en la casa de ella ni muchísimo menos en la suya. Siempre ponía en claro que se iría luego de desempeñar su papel en el dormitorio, o que no podía tener huéspedes. Era hábil en sonar amable y no cruel, y sus relaciones esporádicas generalmente duraban dos o tres encuentros como máximo, de modo que nunca tuvo necesidad de inventar otras excusas. Pero incluso con sus parejas estables tenía gran conflicto.

𝚂í𝚗𝚍𝚛𝚘𝚖𝚎 𝚁𝚎𝚍𝚏𝚒𝚎𝚕𝚍 - 𝙿𝚊𝚛𝚝𝚎 𝟸, 𝙰𝚗𝚝í𝚍𝚘𝚝𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora