Capítulo 12

266 25 180
                                    

La voz de Jill poseía cierto toque ronco que, combinado con la suavidad de su timbre, la hacía sonar como toda una guerrera, pero sin dejar de escucharse femenina y hermosa.

Chris estaba fascinado con ese atributo, indiferentemente de que lo hubiera llamado para reclamarle la locura que implicaban sus declaraciones sentimentales. La había escuchado hablar —gritar— más nerviosa que molesta... y eso, para él, significaba que tenía una oportunidad de recuperarla. Ella solo perdía los estribos cuando estaba confundida. El resto del tiempo, era una mujer controlada y muy analítica, además de dulce y amable. Chris lo sabía, la conocía muy bien, mejor que nadie; y lo más importante, mejor que el entrometido de Carlos Olivera. 

Ni por un solo segundo el comandante general de la BSAA se puso a reflexionar en las repercusiones de sus actos más allá de sus deseos. Parecía que, en la línea de todos sus límites, el único sector que se había vuelto difuso era el que le prohibía encapricharse con su exprometida. 

Sus recuerdos eran desorganizados y a este problema podía atribuírsele su falta de sensatez. Por un lado, había regresado a la filosofía que adoptó justo antes de que su vida cambiara en Londres: no más amigos cercanos. Alejaría con su mal carácter a todo aquel que quisiera admirarlo. De esa manera, nunca, ninguna otra persona más se sacrificaría por él; y si se empeñaba bien, ni siquiera sus viejos compañeros. Ese era el motivo de su nueva personalidad, eso y que, como líder de la alianza en una situación mundial tan compleja, no podía darse el lujo de dejar expuestas sus flaquezas. Por otra parte, en medio de todas las restricciones que se autoimponía, una emoción descontrolada tomaba posesión de sus emociones y le hacía perder toda prudencia. Ese sentimiento quedó enfocado en la mujer que había dado todo de si misma para superarlo y dejarlo atrás. 

Jill estaba enfadada porque, si bien tenía claro con quien quería compartir su vida y hacia quien sentía un cariño sincero, también estaba muy consciente de que no iba a ser fácil huir de Chris y sus provocaciones. Luego de leer el mensaje, decenas de fantasías comenzaron a rondar por su cabeza, haciéndola sentir desleal con su novio sin siquiera haber estado cerca de Redfield —todavía. Había sacrificado mucho para que las cosas con su exprometido funcionaran antes de decidirse a abandonarlo definitivamente, más de lo que su dignidad le hubiera permitido otorgar a cualquier otra persona. Y el hecho de que ahora fuera él quien no pudiera tenerla, aunque lo ansiara con todas sus ganas, le hacía saborear la dulce vendetta. Por su puesto que no quería traicionar a Carlos; no obstante, quería devolverle a Chris un poco de la humillación y la decepción; que sufriera por verla enamorada de otra persona. Podía haberle dicho que nada sucedería entre ellos en lugar de alterarse, pero había elegido gritarle y demostrarle que sus palabras no caían en saco roto, solo para rechazarlo luego; luego de hacerle pensar que había esperanza, cuando en realidad nunca la hubo. Claro que entregarse a esa pequeña revancha no le haría ningún bien, porque no iba a quedarse solo a retribuir los rechazos... No existía mujer que pudiera jugar con Chris Redfield sin terminar completamente entregada a él. Jill lo sabía, pero ya era algo tarde para retroceder y tomar el otro camino. 

El comandante estaba más que complacido, y con todo el estrés que portar el título le ocasionaba, tener una pequeña ilusión lo hacía sentirse más humano, menos confundido por la laguna en su mente, y hasta feliz. 

Dufresne observó el gesto en sus ojos y supo que la llamada que acababa de recibir no se había tratado sobre nada relacionado con el trabajo.

—¿Qué ocurre? —le preguntó con tono más serio que curioso.

—Nada... —le respondió Chris y se acomodó las gafas al tiempo que se recargaba en su silla, muy tranquilo.

—¿Y por qué Jill estaba tan enojada? —siguió preguntando sin tapujos. 

𝚂í𝚗𝚍𝚛𝚘𝚖𝚎 𝚁𝚎𝚍𝚏𝚒𝚎𝚕𝚍 - 𝙿𝚊𝚛𝚝𝚎 𝟸, 𝙰𝚗𝚝í𝚍𝚘𝚝𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora