DÉCIMO CAPÍTULO

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Pandora no era una persona amigable por naturaleza, pero siempre se había considerado a sí misma una persona observadora. Gracias a ello, recordaba la mayor cantidad de rostros que frecuentaban sus salas favoritas. Por ello, al empujar las enormes puertas de caoba y darse de lleno con un montón de rostros desconocidos, supo que algo andaba mal. No tardó mucho en descubrir que su instinto no fallaba.

Observó con interés a la enorme cantidad de soldados agolpados alrededor del campo especial de entrenamiento como polillas reunidas alrededor de la luz. Caminó con lentitud tomándose el tiempo de disfrutar del griterío y de las vocecitas que parecían susurrar secretos a plena luz del día. Por algún motivo, no le sorprendió que el causante de aquella conmoción no fuera ni más ni menos que el mismísimo Lucifer.

Le costó lo suyo abrirse paso entre la multitud. El demonio se encontraba totalmente sudado en medio del campo de entrenamiento, mientras que un guerrero de la Orden de Sariel hacía lo posible por ignorar su humillante derrota mientras escapaba de los ojos de la multitud. No tuvo tiempo para admirar las diferentes tonalidades violáceas que su ojo magullado exhibía.

Soltó un sonoro suspiro. A Pandora le gustaba pensar que los soldados de Arabella eran realmente profesionales, pero cada cierto tiempo se encargaban de demostrarle lo equivocada que estaba. Le resultaba ridícula la emoción que un poco de sangre podía despertar dentro de ellos. Eran como tiburones.

Un segundo soldado de rostro desconocido se internó en el campo de fuerza. Sus compañeros, los cuales eran lo suficientemente cobardes o inteligentes para retar a Lucifer, lo recibieron con bitores.

Observó ensimismada el enfrentamiento. De vez en cuando, terminaba olvidando que el demonio frente a ella era una verdadera máquina de matar. Cada músculo que decoraba su tonificado cuerpo era mucho más que una simple decoración. A pesar de no estar empleando sus dones, el demonio llevaba la delantera en el enfrentamiento. Sus golpes eran certeros y su instinto parecía guiarlo en cada batalla. Pero tenía un punto débil, todos lo tenían: su técnica.

Lucifer era el demonio más joven en asumir el cargo de rey. Mientras que la mayoría de monarcas de Abbadon había ascendido al trono tras cien o doscientos años aprendiendo de sus padres, el demonio que se encontraba frente a ella había ascendido al trono con tan solo dieciocho, por lo que no le sorprendía que improvisara sobre la marcha en lugar de seguir una táctica ya planeada. A Pandora le sorprendía considerablemente la habilidad con la que se había ganado a su parlamento y el impecable trabajo que había hecho como rey a pesar de su inexperiencia. Jamás lo admitiría en voz alta.

El incauto muchacho no duró ni unos minutos contra Lucifer. Era apenas un novato probando suerte con alguien muy por encima de su nivel.

– ¿Te divierte darles palizas a los novatos?

Lucifer apartó un mechón negro de su rostro antes de fulminarla con la mirada. El demonio no había reconocido su voz por el bullicio general o, por lo menos, eso asumió después de que su expresión se suavizara al ver el rostro de la comandante.

Llevaba un pantalón negro ceñido al cuerpo y un polo blanco totalmente sudado que se pegaba a su cuerpo con cada movimiento que daba. No estaba acostumbrada a aquella apariencia despreocupada; no después de haberlo visto lucir aquel molesto traje impecable durante los últimos días. No podía negar que tenía cierto atractivo.

Lucifer sonrió al reconocerla – Yo solo estaba entrenando, comandante – Se encogió de hombros – Es un buen entrenamiento, ¿no le parece?

El bullicio general cesó cuando los soldados descubrieron con quién estaba hablando. Podía apostar que todos querían que Lucifer le diera una paliza.

El secreto de PandoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora