CAPÍTULO 30

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La decisión que había tomado bajo la luz de las estrellas pesaba sobre los hombros de la comandante cuando arrastró sus pisadas de regreso al salón principal. Las miradas de aquellos curiosos que llevaban persiguiéndola durante toda la velada habían dejado de clavarse contra su nuca como un adelanto de lo que sucedería a continuación.

Agradeció el calor que el cuerpo de Lucifer le había proporcionado durante aquellos breves instantes en los que se había permitido bajar sus defensas entre sus brazos. Su corazón aún se mostraba intranquilo ante la idea de internarse en la boca del lobo voluntariamente, pero era demasiado tarde para dar marcha atrás.

Sonrió para sí misma mientras zigzagueaba como una sombra entre los demonios congregados en aquel salón. El portal se abrió en el preciso instante en el que sus pisadas alcanzaron la parte posterior de la columna. No se atrevió a voltear por última vez en dirección al demonio. No podía arriesgarse a poner en peligro la misión, aunque sus egoístas deseos le suplicaran que se hundiera en aquellos ojos azules una última vez.

Tic tac.

El sonido de un distante reloj hacía eco en su pecho. El tiempo se agotaba con cada segundo que pasaba.

Pandora Salvatore aún no lo sabía, pero, aquella noche, el destino estaba planeando su más brillante jugada.

*

Cuando abrió los ojos, el jolgorio general se había extinguido como una llama en invierno. Las risas falsas y los gráciles movimientos habían sido reemplazados por el constante repiquetear del pequeño reloj que descansaba en el interior de su anillo plateado. Alouqua había realizado un impecable trabajo al esconder el diminuto artilugio en el interior de aquel aparentemente inofensivo accesorio.

Levantó la mirada con cierta reticencia. Se había preparado durante largas horas para enfrentar el imponente cuadro que se extendía frente a ella, pero había cometido un error al creerse capaz de fingir indiferencia. El pasadizo de los siete pecados capitales era, cuanto menos, escalofriante.

Los enormes portones parecían haber sido diseñados exclusivamente para aterrorizar a aquel que se encontrara en la intersección de los siete caminos. Las grotescas columnas de mármol negro se encontraban totalmente infestadas de serpientes cuidadosamente talladas sobre la superficie irregular. Los arcos rotulados con el símbolo de cada uno de los siete pecados capitales se extendían hasta donde llegaba la vista.

Pandora aprovechó la relativa intimidad para girar sobre su posición en un intento por repasar cada detalle de aquella habitación. Era imposible describir con palabras el impecable trabajo del arquitecto que había diseñado aquella intercepción de caminos, pero no tenía tiempo para dejarse impresionar por la arquitectura.

Deslizó sus dedos hasta su escote antes de alcanzar la pequeña página arrugada que Lucifer había arrancado del Libro Maldito. El movimiento era apenas perceptible, pero era evidente que se inclinaba en dirección a uno de los sietes pasadizos. Eligor no se había equivocado al asumir que el Libro Sagrado estaría escondido en los aposentos de Astaroth.

La ausencia de sonido fue reemplazada por el repiquetear de sus botas contra el mármol. La habitación parecía haber sido construida para que el sonido escalara hacia la parte superior aumentando la frecuencia del eco de sus pisadas. Casi como si se tratara de una cueva.

Ignoró el curioso detalle. Sabía qué dirección tomar: debía dirigirse al pasadizo de la lujuria.

Si acaso hubiese sido una opción, Pandora hubiese preferido apresurar sus pisadas en dirección a los aposentos del rey sin tener que preocuparse por la elegancia de sus movimientos. Alouqua, sin embargo, le había dejado en claro que aquello no sería posible sin arriesgar el resultado de la misión.

El secreto de PandoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora