CAPÍTULO 27

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POV PANDORA

Describir con palabras el agobiante sentimiento que aún no terminaba de formarse en su pecho era una tarea que Pandora consideraba imposible de llevar a cabo. La ansiedad era casi imposible de soportar después de tantas horas repasando una y otra vez el plan que Eligor le había obligado a memorizar. No se sentía lista, pero era lo que había.

Lanzó el mapa del palacio de Discortia al fuego y se entretuvo observando la forma en la que el papel se deformaba al entrar en contacto con las brasas. Admiró una última vez el llamativo cuadro que le devolvía la chimenea de su alcoba. Estaba segura de que había sido pirómana en otra vida.

Los últimos rayos de luz que inundaban la habitación comenzaron a extinguirse anunciando el inicio de la noche. El tiempo era un aliado con el que no podía contar en los momentos de crisis. De vez en cuando olvidaba lo letal que podían ser aquellas manecillas doradas que decoraban el pequeño reloj en su recámara.

Se puso de pie con lentitud. Aún tenía una última cosa que hacer antes de que la luna hiciera su aparición en el firmamento. Llevaba largas horas atrasando la confrontación tanto como fuera posible, pero no podía seguir retrasándolo indefinidamente.

Sus manos temblorosas recorrieron los grabados dorados de la puerta antes de abrirla de par en par. Levantó su mentón en lo que sería una orden silenciosa. Los guardias asintieron antes de seguir sus pisadas con sigilo.

Había aprendido a comunicarse con ellos sin emitir sonido alguno. Sus sombrías presencias no terminaban de agradarle del todo, pero ambos guardias estaban haciendo un considerable esfuerzo para ser tolerables. Merecían cierto reconocimiento.

Según los rumores de las sirvientas, la información de Focalor era fiable: Rafael había abandonado el palacio para cumplir con una misión en el norte. No se sabía cuándo regresaría y tampoco se conocía la verdadera importancia de la misión, pero estaba claro que esa noche no sería ningún obstáculo para lo que tenía pensado hacer.

Avanzó por los pasillos del castillo arrastrando sus pisadas con reticencia. A pesar de sus intentos desesperados por alejarse de aquella ala del palacio, se atrevió a cortar camino cruzando por el pasillo abandonado que el espíritu de su hermano acostumbraba atormentar. No había rastros de él, pero tampoco tenía intención alguna de entablar una conversación con él.

—Comandante Salvatore, el príncipe desea no ser molestado.

Sus ojos negros se clavaron en los ojos verdes del guardia frente a ella. No pertenecía a su orden, pero tenía la certeza de que ya lo había visto antes.

—Necesito hablar con el príncipe. Ahora.

Los guardias apostados a ambos lados tragaron saliva. Parecían mostrarse incluso más reticentes a abrirle paso que en otras ocasiones, pero no era la primera vez que se enfrentaba a novatos que no conocían su lugar.

—Es una orden.

—Comandante Salvatore, no podemos desobedecer las órdenes del príncipe.

Su corazón se saltó un latido. No era normal. Aquella respuesta había sido inesperada. ¿Qué estaba pasando?

—He dicho que se muevan.

—Lo sentimos, comandante, no esta vez.

Agacharon la mirada. Ambos guardias rehuían aquellos ojos negros que habían logrado doblegar a hombres aún más atemorizantes en el pasado, pero no había miedo en aquellas cobardes expresiones. Había culpa, culpa y lástima. Apenas si llevaban un par de segundos en silencio cuando Pandora escuchó un gemido del otro lado de la puerta. El sonido fue seguido de otro aún más fuerte que el anterior.

El secreto de PandoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora