CAPÍTULO 14

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Pandora detestaba a los demonios. Era un hecho conocido a lo largo y ancho de Arabella, pero también lo era el hecho de que había convivido con ellos por más de dos años. Rodeada de aquella corte que no tenía reparos en apuñalar a los suyos por la espalda, Pandora había aprendido que cualquier aliado del presente era un potencial enemigo del futuro.

Levantó la mirada. La brisa incontrolable la había obligado a sujetar sus oscuros cabellos en una improvisada coleta. Se había acostumbrado al desgarrador frío que allí reinaba, pero el color excesivamente pálido de sus manos le indicaba que su cuerpo aún se negaba a aceptarlo.

Detestaba la idea de recurrir a antiguas alianzas, sobre todo si involucraba a hombres como Seteth Ribagliatti. Para su pesar, la situación actual del reino requería de medidas desesperadas.

Desde hacía varios días ya que todos en el parlamento de Arabella se habían covencido de que los únicos hombres capaces de responder las preguntas que aún esperaban ser formuladas eran los difuntos padres de Pandora. O eso era lo que todos creían.

Suspiró. La hermosa noche estrellada había sido reemplazada por una especie de cuadro improvisado con delicadas pinceladas grises de nubes que amenazaban con iniciar un molesto llanto prolongado. Una tormenta se avecinaba.

Regresó su atención al bar nocturno. Desde la terraza abandonada de un edificio cercano, podía apreciar el constante flujo de clientes entrando y saliendo del recinto. Aunque la longitud de la fila se había reducido considerablemente, el ajetreo era perpetuo.

Se tomó unos segundos para repasar el plan por segunda vez en la noche. No le gustaba hurgar en el pasado de sus padres, pero la situación lo ameritaba.

Evocó la memoria de sus padres. Le costaba aceptarlo, pero había comenzado a olvidar sus rostros después de tantos años sin verlos. Ambos habían pertenecido a las tropas del rey desempeñando, al igual que ella, el cargo de comandantes. Este puesto les había permitido relacionarse con todo tipo de individuos, desde nobles hasta guerreros de cuna mestiza. Esa era la historia oficial que estaba impresa en sus registros; pocos sabían que, antes de entregarse a las tropas del rey, habían pertenecido a un reducido grupo de mercenarios.

Por el bien de Pandora, sus padres habían hecho lo posible por deshacerse de aquellas antiguas amistades que habían conocido en aquel círculo social manchado de sangre. Seteth Ribagliatti era la excepción. En más de una oportunidad, sus padres le habían dejado claro que aquel hombre de trajes llamativos y conductas exóticas era de plena confianza. Habían puesto especial énfasis en asegurarle que podía acudir a él en caso de emergencia. Pandora, sin embargo, había preferido mantenerse al margen de la vida sin restricciones que aquel hombre llevaba.

Lamentablemente, no podía seguir escapando de su pasado, no si quería que existiera un futuro para ella.

Entornó los ojos. Llevaba largas horas esperando ver algún indicio de la presencia de su objetivo en aquel club nocturno. A esas alturas de la noche, se preguntaba si acaso la figura de Seteth emergería del antro en algún momento de la velada. 

Desde hacía varios días ya que había descartado la posibilidad de interceptarlo como si se tratara de un viejo amigo. El tiempo cambiaba a las personas y había pasado demasiado tiempo desde que perdieron contacto tras la muerte de sus padres. No estaba del todo segura de que Seteth siguiera del lado de los Salvatore, pero no podía permitirse caer en un punto muerto por más tiempo, no tras cinco días sin resultados provechosos.

Se apoyó sobre el barandal. La calma finalmente había llegado al palacio, al menos lo suficiente para que las reuniones entre los comandantes dejaran de realizarse diariamente. Caín, por su parte, centraba todo su tiempo y el presupuesto de la corona en la reconstrucción de la ciudad.

El secreto de PandoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora