3 | La masa mutante

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Retornaron a su cuartel, pero el edificio Vigil ya no existía. Quedaban sólo escombros y ruina. Su hogar había sido derrumbado con explosivos por los crueles gendarmes. Entonces, sin un hogar al cual volver, dieron vueltas en el camión a través de la oscuridad mientras Belén utilizaba su equipo móvil de radiocomunicación con la esperanza de captar alguna frecuencia activa a la cual pedirle auxilio.

—Mayday, mayday, mayday. Necesitamos apoyo. Uno de los nuestros está herido. Repito, tenemos un herido de gravedad.

Probó incansablemente una y otra vez. Pero no había respuesta alguna. François, mientras tanto, hacía lo posible en el acoplado para detener el sangrado en la herida de Luciano, quien no paraba de quejarse por el dolor.

—¡Ay! ¡Qué dolor! —se quejaba— ¡Qué dolor, voy a morir! ¡Ay!

—Por favor... —dijo François— Ni que fuera para tanto...

—Chabón —dijo Lorenzo—, tiene una bala en la espalda.

—Bueno, pero que se la banque un poco. No se ve tan grave.

—¿Por qué yo? —continuó Luciano— ¿Por qué mierda no te matan a vos?

—¿Eh? ¿Decís eso porque soy negro?

—Sí. Se supone que ustedes siempre son los primeros en morir en una película de terror.

—¡Qué anticuado que sos! Eso era cosa de las pelis de los ochenta y noventa. Los tiempos cambian, y con eso también las modas y costumbres. Yo soy negro y gay, sería el personaje favorito e ideal para producciones de Hollywood o Netflix de la última década. Me amarían.

—Ja, ja —se burló Jeremías—. Tiene razón. Te re cabió, gato.

—¡Ojalá te mueras vos también por gil! —le gritó Luciano a Jeremías.

—Yo no me voy a morir, papu. Soy el camarógrafo. Nosotros siempre sobrevivimos porque tenemos que documentar todo. Sin nosotros no hay relato, perroco. Te re cabió devuelta.

—¡Váyanse a cagar! —finalizó.

Dentro de las cabinas del camión.

—¡Qué pendejo de mierda! —dijo José en el asiento trasero, junto a Andrés y Soledad— Juro que no lo banco. Encima re desagradecido.

—Uh, chabón —respondió Andrés—. Es de los nuestros, no lo podemos dejar morir.

—Boludo, mató a un montón de niños antes y le chupó un huevo. Es alto sorete.

La radio captó una señal.

Un equipo gubernamental estaba haciendo un cambio de aeronaves en el helipuerto ubicado en la terraza del HECA «Hospital de Emergencias Dr. Clemente Álvarez», el vocero que se estaba comunicando con ellos les dijo los esperarían, siempre y cuando llegaran antes de la próxima media hora, antes de que ellos partieran.

Debían apresurarse o no llegarían a tiempo. Miguel Ángel pisó el acelerador y recorrió las vacías calles de la ciudad, repleta de propiedades y locales con viejos y corroídos carteles de venta, cuyas puertas y ventanas con vidrios rotos estaban tapadas con maderas y carteles electorales. Sólo unos pocos almacenes permanecían abiertos al público, aunque con las entradas bloqueadas, permitiendo la comunicación a través de una pequeña ventanilla corrediza que permitía pasar la mercadería y el dinero. Las viviendas carecían de colores, tenían las paredes llenas de humedad y con la pintura caída. Cientos de autos abandonados descansaban junto a los cordones de las veredas, completamente cubiertos de tierra y excremento de aves. Lo que sí se mantenían vigentes como en el pasado eran, como usted ya sabe, mi verdoso compañero, los bancos y pago fáciles para que las personas continuaran regalándole su dinero al gobierno neoliberal que los mantenía alienados. Aunque, obviamente, se erigían con una enorme y pesada seguridad militarizada.

macrysis zWhere stories live. Discover now