Obelisco, Plaza de la República, Ciudad de Buenos Aires. Las calles vacías y cubiertas por una densa niebla.
Mauro Macry estaba allí parado, solo, perdido, desconcertado, con su traje deshecho, mirando a su alrededor en busca de respuestas. Había perdido la noción del tiempo hacía rato. No hacía más que deambular sin dirección aparente. Sin embargo, siempre terminaba en el mismo lugar, siempre terminaba junto al imponente Obelisco de sesentaisiete metros y medio de altura.
Un gato negro se le aparecía cada tanto, invitándolo a seguirlo. Pero siempre lo perdía de vista y volvía a perderse, para terminar nuevamente junto al monumento histórico. Ese gato, era el gato de sus pesadillas. Aquel que se le aparecía para atormentarlo con cuestionamientos hacia su verdad.
No obstante, el felino no fue el único que se le apareció. Una figura se hizo presente frente a él repentinamente. Una figura femenina. Una que él conocía muy bien. Era ella. Era la chica que había truncado sus planes. Aunque, en sí, no era la real. Sino una representación de su persona. La representación que se había formado dentro de la mente de Macry. Cuya imagen fue tomada por una parte de su inconsciente para manifestarse frente a él y rendirle cuentas.
«¿Fue ella quien me trajo acá?», pensaba Macry, «¿Cómo terminé acá? ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó después de que apareciera el fantasma de Perón?».
Montones de preguntas rondaban por la mente del confundido hombre.
—¿Qué hacés acá? —preguntó Macry.
—¿Dónde, exactamente, es acá? —replicó Belén.
Macry estaba mareado. Le costaba enfocar bien la vista.
»Acá no hay dónde ni cuándo. Estamos más allá de esos conceptos simples, mundanos y terrenales.
—No te entiendo.
—No me sorprende...
—¿Estoy muerto?
El gato negro apareció sigilosamente desde atrás de Macry, atrayendo su atención. Cuando volvió la mirada hacia Belén, ella ya no estaba.
—¿Muerto? Lamento decirte que no tuviste esa suerte —dijo el felino.
Macry se sobresaltó. No era la primera vez que lo oía hablar, pero aun así, le daba miedo cada vez que lo hacía.
—¿Qué quieren de mí? —preguntó el ahora ex presidente.
—Tu agonía.
—¿Puedo redimirme? ¿Cómo hago para que me perdonen y me dejen ir?
—No podés.
—¡Déjenme irme de acá!
—Es inútil. No importa cuánto insistas. Esta es tu condena.
Mauro Macry se tomó la cabeza y comenzó a dar giros sobre su eje. La cabeza le explotaba. Sentía una jaqueca abrumadora.
Superado por las circunstancias, salió huyendo a las corridas lo más lejos que pudo. Corrió en línea recta para asegurarse de no volver al mismo lugar. Sin embargo, su intento de huida fue en vano. Efectivamente, y a pesar de haberse movido en línea recta, regresó al mismo punto de partida de siempre.
Estaba estupefacto e irritado por los intentos fallidos. El pulso se le aceleró, y las venas de la frente y del cuello se le marcaron gruesas por la bronca que cargaba encima.
—¡Me tienen harto! ¡Sáquenme de acá de una puta vez! ¡Los voy a matar a todos! ¡Juro que voy a matarlos a todos, negros hijos de puta! —gritó colérico.
Nuevamente, la figura de la joven flacucha y de corte honguito se hizo presente detrás de él. Ahora lo interpelaban entre los dos. Ella desde la espalda, y el gato negro desde el frente. El pobre infeliz se vio atrapado en el medio de ellos dos.
—Esta es tu condena, tu castigo —dijo Belén.
—Tu alma fue confinada a este limbo que se encuentra más allá del espacio tiempo —agregó el felino—. Dónde vas a recibir tu merecida tortura perpetua.
Macry, que se agarraba la cabeza gacha con ambas manos, levantó la mirada y la dirigió primero al gato y luego a la chica.
—¿A qué se refieren? —preguntó.
—A que nunca vas a poder descansar —le respondió Belén.
—A que quedaste fuera del círculo de la vida y la muerte —sumó el gato negro—. Jamás podrás regresar a formar parte de éste.
—Jamás podrás formar parte de ningún plano de la existencia.
—Jamás podrás salir de acá.
El condenado ex presidente explotó desquiciado fuera de sí, perdiendo por completo la cordura. Llorando a los gritos. Quejándose como un niño que hace berrinches. Su lamento fue tan intenso, que sus piernas se vencieron y cayó de rodillas al suelo, donde continuó su sufrimiento.
Luego de unos momentos de lloriqueos, Mauro Macry alzó la cabeza e irguió el torso. Se incorporó de pie nuevamente y cambió su gesto de tristeza por uno de malvada serenidad.
—¿Todo esto por nuestras antípodas inclinaciones políticas y puntos de vista del mundo? —dijo Macry— Es tan estúpido que hasta me causa risa... ¡Están muy equivocados! Vos, gatito pulgoso. Y vos, pendeja de mierda. ¡Los dos están muy equivocados! Podrá ser que yo nunca pueda regresar a la Argentina, pero aún tengo adeptos que pueden continuar con mi legado. Ellos harán honor a mi nombre. ¡Ellos se van a encargar de que ustedes, los de clase baja, perezcan en la pobreza! Y así, la Argentina resurgirá como una tierra de gente de bien, de gente blanca, de gente de buena cuna. La oligarquía va a recuperar su lugar en el trono. Ya van a ver cómo los idiotas argentinos vuelven a caer en nuestras redes de mentiras y falsas promesas. Y van a ver cómo vuelven a desconfiar de los gobiernos populistas por creerse superiores a sus vecinos. Ya van a ver cómo esos tontos van a volver a votar al neoliberalismo. Es sólo cuestión de tiempo hasta que los medios de comunicación les laven el cerebro otra vez. Y entonces, ¡vamos a volver! ¡La oligarquía nunca morirá!
Frenético sobre el final de su discurso, Macry inclinó su cabeza hacia atrás, estirando los brazos y mirando al cielo. Y entonces, la espesa niebla se limpió lo suficiente como para que él pudiera ver una nueva figura que se hacía presente. Esta vez, posando de cuclillas sobre la punta del Obelisco, estaba ella, la pequeña Amanda, su hija de doce años. La niña lo observaba fijamente. Había algo extraño en ella. No sólo por su expresión de odio. Sino también, porque sus iris eran rojos como una luna de sangre y sus pupilas estaban contraídas al máximo. Y ahí estaba, observando, conectándose con su padre a través de la mirada. Entonces, él desprendió una sonrisa macabra, llena de odio y obscuridad. Y volvió a dirigirse al gato y a la joven.
—No importa cuántas veces lo intenten —advirtió Belén—. Los argentinos sabrán reponerse ante ustedes.
—Porque si el pueblo se mantiene firme y unido, jamás será vencido —afirmó el felino de pelaje azabache.
—Mucha sarasa la de ustedes. Pero déjenme decirles que eso está por verse, ingenuos. Eso está por verse... —sentenció el ex presidente Mauro Macry.
Tenía la sonrisa dibujada en su rostro. Nada, absolutamente nada, tras haber visto allí a su hija, podría quitarle la alegría. Ni siquiera el hecho de que permanecería en aquel confinamiento incluso después del fin de los tiempos, con cero probabilidades de salir.
Allí seguiría. Aunque pasaran millones de años y el Planeta Tierra, incluso la galaxia o el Universo dejaran de existir. Él seguiría ahí, condenado por toda la eternidad. Un castigo más que merecido al que fue sentenciado.
FIN.
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macrysis z
HumorEscrita originalmente durante las elecciones presidenciales del 2019 de Argentina, pero encajonada por motivos desconocidos, Macrysis Z es una ucronía satírica que existe como un furioso grito revolucionario que festeja el fin de una era de destrucc...