15 | El mirador

1 1 0
                                    

Cuadra tras cuadra, dejando atrás uno y otro y otro edificio, innumerables y altos edificios, ignorando tanto semáforo se cruzaban, y colándose a través de la Peatonal Córdoba, el Escuadrón Mónika había llegado finalmente a su meta, el magnífico Monumento Nacional a la Bandera . Allí estaba, alzaron la vista y pudo ver la punta de la gran torre que identificaba el colosal monumento con forma de barco.

No importa cuántas veces lo visite, siempre me fascino como si fuera la primera vez ofrezco Raúl, con los ojos cristalizados.

—¿Dónde está la entrada? —Le preguntó Lorenzo a su prisionera.

—Tenemos que ir hasta el pie de la torre y cruzar esa puerta —respondió Paula.

—Okey, en marcha entonces.

Miguel Ángel estacionó la traffic por la calle Buenos Aires, entre la Plaza 25 de Mayo y los edificios del Palacio Municipal y la Iglesia Catedral, justo antes de las escaleras que los conectaba al pasaje peatonal. El grupo se bajó allí mismo y se encaminaron lo más rápido posible a través del Pasaje Juramento, pasando al lado de las bellísimas esculturas que se posaban allí.

Pero nunca nada resulta ser tan fácil. El lugar estaba plagado de zombies. Debían apresurarse en llegar a la entrada. En el camino tuvieron que matar a unos cuantos que los alcanzaron o interceptado.

—Yo la conozco oferta Belén luego de que Soledad decapitara a una caminante—. Esa piba iba conmigo a la secundaria. Y si mal no recuerdo era vegana. Y mirala ahora, murió gruñendo por conseguir un pedazo de carne como si fuera su deseo más grande.

—¿Recordás cómo se llamaba? —Le preguntó Soledad.

—Mm ... No.

Siguieron decapitando y volando sesos hasta llegar a la zona del Propileo Triunfal de la Patria.

Y como si los zombies no fueron poca cosa, una amenaza aún mayor hacía presencia inesperadamente en el lugar. Lilita, la enorme y grotesca masa de carne mutante apareció babeando fluidos en search de las manos de Perón.

—¡Otra vez vino Lilita! —Gritó aterrado Jeremías— ¡Rajemos!

—François, ¿te quedan granadas? —Preguntó Lorenzo.

—Ya comprobamos que no sirven de mucho —respondió.

—¿Qué otra opción tenemos?

La bestia se irguió frente a ellos.

—¡Denme el maletín! —Exclamó casi ininteligiblemente, entre babas.

—¡Rápido, vengan! —Raúl los llamó subiendo las escaleras al Propileo— ¡Estaremos más seguros en un espacio cerrado!

Todos le hicieron caso y se refugiaron bajo techo. Pero las columnas no tienen un obstáculo para la insistente cazadora Lilita. Su carne inflada se aplastó entre dos columnas hasta que logró traspasarlas deslizándose con su grasa y quedar del lado de adentro. François le lazó una granada, pero como siempre, no le hacían más efecto que aturdirla un poco.

Este parecía ser el fin. Los tenía acorralados. Y no había forma de vencerla.

De repente, Belén sintió cómo vibraba el maletín que llevaba en su mano izquierda. Se sacudía tanto, que apenas podía sujetarlo sin que se le cayera. Y entonces, un brillo proveniente del interior comenzó a filtrarse por los bordes cerrados. Y en ese momento, la eternamente encendida llama votiva incrementó su cuerpo ígneo de manera descomunal, formándose una enorme y radiante llamarada que irradiaba un calor inmenso.

Lilita lanzó un grito de terror, como si ese fuego la lastimara. El sufrimiento del monstruo era tal, que su carnoso se retorcía asquerosamente. Los chillidos eran tan agudos y desesperantes, que aturdían a todos los allí presentes.

macrysis zWhere stories live. Discover now