12 | El linyera y el huérfano

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Permítame recapitular, por favor. Es que quiero contarle la pequeña y desafortunada peripecia por la que Raúl y Pablo tuvieron que pasar durante su corta pero intensa aventura en busca de alimentos.

Como ya le venía contando. La ciudad se encontraba cubierta por el manto gris de una lluvia torrencial. Pero eso no era algo que asustara a un hombre como Raúl. Un experimentado callejero que había sobrevivido durante años a los peores climas de todas las estaciones.

—¿A dónde vamos? —preguntó Pablo— Con este clima, seguramente están todos los negocios cerrados.

—Me sorprendería ver al menos un negocio abierto incluso si hubiera un lindo día soleado —respondió Raúl—. Por desgracia, no tenemos dinero para ir de compras. No estoy muy orgulloso de esto, pero tendremos que saquear algún depósito o algo parecido. Si fuera por mí, buscaría desperdicios entre la basura. Pero no puedo darles ese tipo de chatarras a esos chicos. Simplemente no están acostumbrados a cosas así.

—¿Y entonces?

—Estamos en la zona de la terminal de ómnibus. Meternos ahí dentro sería peligroso, y en verdad no creo que quede nada útil. Sin embargo, sí hay muchos mercados cerca. Echemos un vistazo.

Debían tener cuidado, mucho cuidado. Ya que estaban en plena zona de cuarentena. El mínimo descuido atraería la atención de los indeseados cazadores. Aunque esta vez, la lluvia sería una ventaja. Camuflando sus ruidos, pasos y conversaciones. De todas formas, no podían confiarse ni bajar la guardia. Porque el diluvio no era algo que detuviera el avance de los no muertos. Y ellos también podían pasar desapercibidos sin que los notasen acercarse desde cualquier ángulo o dirección.

La mayoría de locales de comida rápida o restaurants estaban vacíos, saqueados desde hacía ya mucho tiempo. No quedaba nada. Puros tarros de kétchup, mayonesa y mostaza vacíos.

«Qué pobreza la de esta ciudad», pensó Raúl mientras hurgaba detrás del mostrador de una panchería.

Estuvieron un buen rato dando vueltas hasta que, por fin, dieron con un almacén abandonado que aún tenía las puertas cerradas. Con indicios de intentos de abrirlas, pero, al parecer, sin éxito.

—Che, viejo —advirtió Pablo—. ¿Y si probamos acá? Parece que, hasta ahora, nadie pudo meterse. Ni siquiera a la fuerza.

—Muy inteligente de su parte, jovencito —dijo Raúl, felicitándolo por ser tan atento— Pero, ¿por dónde nos metemos? Ni los delincuentes más desesperados por mercadería lo han logrado.

Pablo analizó las estructuras de los edificios buscando una respuesta a su conflicto. Entonces, pudo ver una ventana en la planta alta del almacén.

—¡Ahí está! —dijo— Si llego hasta ahí, puedo meterme y abrir desde adentro.

—¿Cómo planea subir tan alto?

—Fácil. Me subo a tus hombros y de ahí me cuelgo del aire acondicionado. Después me trepo por el cartel del almacén. De ahí salto al balcón de al lado. Y por último salto hasta el borde sobresaliente de la ventana. La rompo y me meto. Es pan comido.

—¿Acaso es una especie de ninja? ¿Y si se cae? Tendría que cargarlo con las piernas rotas.

—Confiá en mí, viejito.

El ágil muchacho hizo todo tal cual lo había planeado. Y le había salido excelentemente bien. Una vez adentro, habiendo roto el vidrio de la ventana, comenzó a hurgar en puntas de pie, muy despacio, como una sombra.

En la planta alta parecía no haber nadie. Excepto por una puerta cerrada que llamó la atención de Pablo. Cuando quiso abrirla, descubrió que estaba cerrada desde el otro lado, lo cual le resultó muy extraño. Se agachó e intentó ver algo desde la apertura de la cerradura, pero estaba muy obscuro. Lo que no imaginaba, era que su respiración atraería la atención de la criatura allí encerrada, la cual embistió la puerta intentado derribarla. Por suerte para Pablo, no lo logró. El joven decidió ignorar el contenido de aquella habitación y seguir con su camino. Al alejarse, se seguían escuchando los rasguños en la madera vieja e hinchada.

macrysis zWhere stories live. Discover now