9 | Fiesta lisérgica

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La luna velaba menguante sobre ellos. Pero a donde se dirigían no existía ni el día ni la noche. Un lugar de extravagancia, lujuria, perversión, éxtasis y psicodelia. El Escuadrón Mónika contaba ahora con dos prisioneros: Paula y Pablo. A quienes debían mantener bajo estricta vigilancia todo el tiempo.

Al cabo de un rato, llegaron a su destino, una antigua e inmensamente espaciosa iglesia evangelista que ahora servía como una especie de boliche, un club nocturno que, contradictoriamente, permanecía abierto las veinticuatro horas del día durante los siete días de la semana. Ya desde hacía varias cuadras atrás podían sentir los bajos retumbando a lo lejos, indicándoles el camino. Una vez en la puerta, ya se percibía el ensordecedor pulso proveniente del interior que hasta hacía temblar el suelo.

—¿Esto no atraería zombies? —preguntó Paula.

—Sí —respondió François—. Pero para eso tienen un perímetro marcado al que aseguraron poniendo barricadas para no dejarles pasar, como el que pasamos nosotros hace un rato. Por eso nunca podrían llegar acá por más que quisieran.

—Además de los francotiradores que nos vienen siguiendo el paso desde que nos acercamos lo suficiente —agregó Lorenzo, mirando de reojo a los techos de las casas de alrededor.

Acto seguido, todos miraron paranoicos. Y luego Paula lo miró a Lorenzo, asombrada de que los haya notado.

Lorenzo se adelantó hacia la puerta acompañando a Pablo. Golpearon tres veces. Las cámaras de seguridad hacían zoom in hacia sus rostros. Al cabo de unos segundos, alguien abrió la puerta, dejando salir el explosivo sonido de la música electrónica.

—¡Joven Pablo! ¿Cómo se encuentra? —saludó maravillado el portero.

—Bien. Traje unos invitados conmigo. Déjelos pasar.

—¡Por supuesto, por supuesto! ¡Adelante!

Todos adentro.

Quedaron sorprendidísimos con la cantidad de gente que había allí. Todos bailando, bebiendo, drogándose y besándose. Parecían hipnotizados por los flashes de las luces intermitentes y los carteles de neón que iluminaban el espacio con colores violáceos y verdes intensos. Sus rostros carecían de expresividad, estaban transpirados y deshidratados, tenían la mirada perdida, y sus cuerpos se movían casi al unísono sincronizados con el ritmo musical. Los jóvenes del escuadrón no pudieron evitar hacer chistes de comparación entre todas esas personas y los caminantes. Estaban tan de la cabeza, dándose con todo tipo de sustancias lisérgicas, que parecían carentes de cerebro y raciocinio. Y quizá, esta gente se sumergía en ese estado de trance a propósito, por voluntad propia. Quizá ellos decidían desconectarse de la realidad para olvidarse de las penurias de la cotidianeidad. Prefiriendo vivir de la fantasía que el ácido les proporcionaba. Aunque no todo era fiesta en ese antro, ya que era muy común que los clientes cayeran muertos por deshidratación o por un infarto a causa de la mezcla de alcohol y pastillas. Sin embargo, no era algo que le importase a los dueños. Ya que, cuando algo así pasaba, simplemente los tiraban a los zombies que tenían enjaulados.

Y ese es otro detalle, amigo mío, un detalle que estoy seguro que, como buen zombie que usted es, no va a ser de su agrado. Uno de los espectáculos principales del lugar, era una gran jaula con zombies adentro, en la que los vivos pagaban para poder ingresar con armamento de estilo gladiador y hacerles frente. Obviamente, nada garantizaba que salieran ilesos de ahí. Todo lo hacían a sabiendas de que podían ser devorados salvajemente, cosa que pasaba muy seguido, ya que la juerga mantenía alterados a los miserables caminantes esclavizados.

Belén comenzó a percibir un extraño aroma, que la motivó a olfatear exageradamente hacia los lados. Entonces lo vio. Un tipo estaba fumando un porro de marihuana. Entonces Belén se le acercó y le pidió un poco. A lo que el hombre, muy amablemente, accedió a convidarle un cigarro entero.

macrysis zWhere stories live. Discover now