13 | La Rosarina Z

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Pasaron dos días. El cielo se aclaró y el sol irradiaba un acogedor calor hogareño que contrarrestaba el gélido ambiente.

Miguel Ángel, Raúl y Pablo salieron a primera hora en una expedición express. Su objetivo era encontrar un vehículo apto para transportarlos a todos juntos y de forma segura. Y lo hallaron. Una camioneta traffic con el suficiente espacio y asientos para que el grupo entero pudiera viajar cómodo. Y lo mejor, era que tenía la llave puesta. Porque, de hecho, el cadáver del conductor estaba aún ahí, sentado con un balazo en la cabeza. En la parte trasera, dos bidones de nafta esperaban a ser usados.

—Nos sacamos la lotería —exclamó Miguel Ángel.

—Ojalá me hubiera sacado la lotería cuando todavía existía —dijo Pablo—. Así no tendría que haber tenido que ir a la escuela, ni preocuparme por nada.

—A Dios no le parece bien lo que dijiste.

—¡Qué la chupe!

—Ese tipo de mentalidad fue la que nos llevó al caos —dijo Raúl.

—¿Creer en Dios? —preguntó Miguel Ángel.

—No, no. Verá, joven. Uno de los principales problemas de la Argentina siempre ha sido el propio argentino, ese ciudadano promedio que nunca se ha interesado por leer, instruirse o investigar, y que ha preferido mantenerse conforme en la ignorancia, que nunca ha querido esforzarse por conseguir algo, que siempre ha querido que todo le llueva del cielo o le sea regalado. Ese déficit intelectual y de formación cultural es el que los gobiernos, sobre todo los neoliberales, han sabido aprovechar a su favor para la manipulación de las masas. Porque mientras más ignorante sea el pueblo, más fáciles de convencer y engañar con sus falacias, mentiras y demagogia son.

—¿Me estás diciendo ignorante, viejo choto? —preguntó Pablo alzando la voz.

—En absoluto, mi joven amigo. En absoluto.

Luego pasaron por el resto y arriba. Les quedaba un largo trecho hasta su destino. Estando recién por la calle Córdoba a la altura de la Terminal de Ómnibus.

En la radio venían sonando las últimas estrofas melancólicas de la canción Viernes 3 AM, de Serú Girán. La letra les tocaba en lo más profundo de su ser. Les hacía sentir empatía con aquel hombre del que hablaba la canción, identificándose con él, con su anhelo de liberarse del sadismo de la cruel realidad. Al finalizar, la locutora dio un anuncio.

—Buenos días, ciudadanos del apocalipsis —comenzó a relatar con desgano, con la voz apagada y con un tono de ebriedad—. ¿Cómo la están pasando? Yo pésimo, para la mierda. Unos perros zombies hijos de puta mordieron a mi fiel compañero canino y lo tuve que sacrificar. Le quebré el cuello con mis propias manos mientras él intentaba comerme... Fue horrible... Un brindis por Tito, el mejor amigo que pude tener —se oyó cómo bebía junto al micrófono—. No sé si haya alguien ahí, del otro lado, pero quería anunciarles que esta será mi última transmisión. Dejaré una última canción para que la disfruten conmigo. Así sentiré que me hacen compañía en mis últimos momentos de vida. Fue un honor sobrevivir a la Macrysis Z con todos ustedes, mis fieles radioaficionados. Yo soy La Rosarina Z, y me despido. Cambio y fuera.

Inmediatamente después de la angustiante despedida, comenzó a sonar la canción Zombie, de la banda irlandesa The Cranberries. El Escuadrón Mónika lo apreció en silencio, como si hicieran luto por la locutora. Para cuando finalizó, la transmisión simplemente se cortó, y sólo hubo ruido.

—¿Quedó grabado? —preguntó Belén.

—Sí, mami —le respondió el atento camarógrafo de alias Vertov.

macrysis zWhere stories live. Discover now