17 | Plan Macabro

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Con los ánimos por el suelo, el Escuadrón Mónika fue trasladado a los empujones por los diferentes niveles y pasillos hasta el salón principal del cuartel secreto. El lugar era muy amplio y espacioso, el techo estaba a unos siete metros de altura con respecto al suelo, en el centro se encontraba una enorme plataforma con un gran horno eléctrico ubicado encima, y al lado del horno, un avejentado ataúd cerrado.

Allí, vistiendo su elegante traje, su fina corbata, su carísimo reloj de oro y sus lustrados zapatos negros, estaba el presidente de la Nación Argentina, Mauro Macry. Y junto a él, todo su gabinete, familia, amigos, periodistas, abogados, jueces, empresarios, ricos, militantes caretas, gendarmes, policías, y todo aquel que formaba parte de su círculo privado. Todos juntos, congregados para celebrar una ocasión especial.

—¡Bienvenidos, argentinos! —dijo con ímpetu— Los estaba esperando.

Lorenzo escupió al suelo con desprecio y Raúl lo miró con años acumulados de odio hacia su persona.

—¡Che, che! Muestren un poco de respeto, por favor —intervino Del Toro, con su habitual tono de ebriedad, el cual se notaba en su forma de modular las palabras.

Macry se acercó unos pasos hacia los prisioneros. Un gendarme le aconsejó no hacerlo, pero lo ignoró y lo hizo de todas maneras. Nadie le diría qué hacer, y menos enfrente de personas a quienes él consideraba inferiores. El jefe de Estado mostraba una seguridad implacable e inquebrantable.

—Gracias, Pame —dijo indiferente—. Ahora, bien... ¿Saben por qué los dejé llegar hasta acá?

—¿Por qué no los matas directamente así seguimos con lo nuestro? —intervino Maru Dávila— No hacen falta tantas explicaciones. Ni siquiera los conocemos.

Macry giró y la amenazó con la mirada. No le gustaba que lo interrumpieran, ni mucho menos que lo desautorizaran. Luego regresó la mirada al frente, con los brazos cruzados por detrás.

Hizo una seña y, entonces, Paula le alcanzó el preciado maletín. Lo abrió, chequeó su contenido, largó una contenida sonrisa, y volvió a cerrarlo.

—La chica logró despertar temporalmente una parte del poder del General a través de las manos —comentó Paula.

—¿Solamente con las manos? Estoy sorprendido... —divagó Macry.

El presidente se arrodilló frente a Belén, le colocó la mano sobre la cabeza y comenzó a acariciarle la negra cabellera.

—¡Salí, no me toques, gato! —reaccionó áridamente, sacudiendo la cabeza para quitárselo de encima.

—Qué violentos que son estos rosarinos... En fin, gracias por esto.

Macry se dio la vuelta.

—¿Qué planea hacer, ser inhumano? —preguntó Raúl.

—¡Creí que nunca me lo iban a preguntar! —el pobre desgraciado se moría de ganas de explicarles su plan y refregarles en la cara que no podrían hacer nada al respecto— ¡Gracias, señor... señor croto!

—Me llamo Raúl.

—Sí, sí. Como sea. La cosa es, señor croto, que nos tuvimos que ir de Buenos Aires porque se volvió ingobernable. Esa ciudad ya cruzó su punto de no retorno y es irrecuperable. Así que ideamos una solución fugaz, ¡una bomba nuclear!

—¿Una bomba nuclear? —preguntó asombrado Lorenzo— ¿Pretenden bombardear Buenos Aires?

Una sonrisa de niña feliz se dibujó de oreja a oreja en el rostro de Maru Dávila.

macrysis zWhere stories live. Discover now