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2 | Gendarmería ataca

Entonces me imagino, mi estimado colega, que usted se estará preguntando si pudieron regresar a salvo a su base. Y la respuesta, efectivamente, es sí. El grupo volvió luego de varias idas y vueltas para despistar a sus persecutores. Y luego les contaron al resto lo sucedido.

Sin embargo, no había tiempo de relajarse. Ya que Miguel Ángel los alertó de la presencia de un grupo de gendarmes posicionados frente al edificio, captados por las cámaras de seguridad. Y en un abrir y cerrar de ojos, los habían asediado.

—¿Qué hacemos? —preguntó Miguel Ángel, algo preocupado.

—Si salimos nos cagan a tiros —respondió José—. Mirá la cantidad que son.

La ansiedad aumentó cuando vieron que estaban bajando varios explosivos de sus camiones. ¡Planeaban destruir el lugar! El escuadrón sabía perfectamente que debían irse cuanto antes de ahí. Pero lo que no sabían, era el porqué de tanta fuerza pesada para ir por ellos. Y el motivo, colega mío, era que habían estado siguiendo su señal durante mucho tiempo, buscándolos para arrestarlos por sublevación y difundir ideas subversivas al pueblo. Y su oportunidad se había dado cuando interceptaron la señal de auxilio de aquel grupo que luego ejecutaron despiadadamente. Lo único que tenían que hacer, era esperar a que el Escuadrón Mónika se hiciera presente, para luego seguirlos hasta su base, y desmantelarlo por completo. En resumidas cuentas, les habían tendido una trampa para que los guiasen a su guarida, y ellos, ignorantes de tal conspiración, cayeron directamente en el engaño.

Los gendarmes derribaron rápidamente la entrada e ingresaron veinte de ellos, armados como para la guerra. Los otros diez restantes permanecieron afuera.

—¡Rápido! —dijo Lorenzo— ¡Agarren los más importante y fácil de cargar, tenemos que irnos de acá!

—¿Irnos? —refutó Luciano— ¿Y dejar todas nuestras pertenencias?

—Luciano tiene razón —agregó Andrés—. Este es nuestro hogar. No podemos simplemente olvidarnos de todo y abandonarlo.

—Chicos —interrumpió Soledad—, no sean tontos. No hay tiempo, nos tenemos que ir antes de que suban los seis pisos.

A las corridas de un lado al otro, el grupo comenzó a juntar comida, armas y equipo de filmación. Afuera estaba helado, así que debían abrigarse muy bien para evitar enfermarse al salir.

—¿Y están listos? —preguntó Lorenzo.

—No —respondieron varios al unísono.

—Salgamos por el túnel secreto —sugirió François inteligentemente.

—¡De una, loquito! —comentó Jeremías— Re piola esa.

Este edificio solía tener tres ascensores uno al lado del otro que conectaban desde la planta baja hasta el séptimo piso. Lo que el escuadrón había hecho, o más específicamente, lo que François y Miguel Ángel habían hecho, fue sellar el ascensor de la izquierda y crear una escalera oculta en espiral que servía como ruta de escape en una situación de emergencia en la que, por ejemplo, hubiera un incendio o se cortara la energía eléctrica del complejo. Y esta era, sin duda alguna, una situación de emergencia. Para poder ingresar a este pasadizo secreto, debían subir las escaleras hasta un octavo piso y bajar por una escotilla oculta a simple vista. Y yo sé que usted, mi estimado, se preguntará cómo hacía Luciano para bajar o subir escaleras estando en silla de ruedas. Pues bueno, no se preocupe, yo le explico. ¿Recuerda que anteriormente le dije el alias de este chico? ¿Recuerda cuál es? Exacto, su alias era Gadget, e imagino que ya debe estar sospechando el motivo de dicho apodo. Esa silla de ruedas que tenía, había sido confeccionada por Miguel Ángel, el genio del escuadrón, y contenía unas hélices que le permitían tomar vuelo para evitar superficies no aptas para su circulación. Era por eso mismo, que al resto le gustaba decirle la «silla transformer», ya que no sólo poseía dicha cualidad, sino también otras muy útiles que más adelante le iré contando. Mientras tanto, continuemos con este relato.