7 | Amigas

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Pasadizos secretos, puertas, más pasadizos, más puertas, callejones oscuros, charcos de agua sucia, sesos podridos de zombie, más pasadizos, más puertas. Un camino laberíntico para perder a los oficiales que los perseguían. Horas escapando, tobillos torcidos, rodillas hinchadas, lumbares acalambrados, sed, hambre, cansancio, pánico, confusión. El exterior, una calle vacía, un cielo limpio, algunas nubes solitarias, la luz cálida del sol, un viento fresco, la naturaleza serena.

Raúl guio al escuadrón y su rehén hasta una zona segura. Tenía la garantía de que podrían ocupar alguna de esas tantas casas que permanecían allí abandonadas. Más no cualquiera, ya que corrían el riesgo de que, si se metían en la equivocada, sus respectivos habitantes les darían una grata bienvenida repleta de plomo y acero.

—¿Ahora qué? —preguntó José, espiando desde una esquina.

—Buscamos una casa vacía —respondió Raúl, sin dejar de mirar atento hacia las ventanas, buscando señales de movimiento, o de abandono.

—Tengo frío... —comentó temblando Soledad.

Acto seguido, Andrés aprovechó para rodearla con su brazo y darle calor. Aunque obviamente lo hacía porque quería tocarla. Ella lo sabía, pero se lo permitió de todas maneras, ya que la robustez de su amigo le servía para descongelarse al menos un poco.

Una cortina se movió. Esa casa estaba habitada. Así que quedaba anulada. Nadie les haría el favor de hospedarlos. En los barrios era diferente que en las casonas donde se reagrupaban sectores sociales como la Legión de los Cirujas. Aquí no tenían esa hospitalidad. Aquí eran tacaños. Unos mezquinos con cero entusiasmo por la solidaridad.

Siguieron ojeando.

—Vengan —dijo Raúl— Ya la tengo. Síganme.

Todos caminaron detrás de él. François custodiando a Paula. Y Lorenzo con la empuñadura del sable láser en su mano listo para activarla en caso de que algo o alguien se les acercara hostilmente.

Ingresaron a una vivienda forzando la entrada de la puerta, pero sin romperla para poder volver a cerrarla. Sus antiguos dueños eran una pareja de ancianos que yacían muertos en su cama matrimonial, con un disparo de escopeta en la cabeza cada uno. Al parecer, y por la posición del arma, el marido le disparó primero a su señora y luego se disparó a sí mismo. Posiblemente en un intento desesperado por liberarse del sufrimiento de ser víctimas de los zombies. O quizá, ante la lamentable situación de ya no contar con nada para subsistir en la cruel sociedad elitista previa a la caída por el brote. Pero el grupo se inclinó más hacia la primera opción, ya que la casa estaba relativamente limpia y ordenada. No es que tuviera una mugre que denotara mucho tiempo de abandono. También por los cuerpos, los cuales no se veían muy descompuestos. Aunque esa habitación les dio tanta lástima y tanto asco a la vez por el hedor que emanaba, que cerraron la puerta para no volver a abrirla jamás.

Por fin pudieron descansar. Todos se echaron en el living. Algunos en sillones, otros en sillas, otros simplemente en el suelo. No obstante, tenían asuntos importantes que discutir.

—Che, ¿qué vamos a hacer con ese maletín? —preguntó Miguel Ángel para romper el hielo sobre el tema.

—¡Deberíamos tirarlo a la basura, manga de gatos! —comentó Jeremías.

Paula y Raúl se opusieron nerviosos ante la idea.

—¡No diga locuras, joven! —dijo Raúl.

—¡Que ni se te ocurra! —agregó Paula— ¿Estás loco?

—¡Vos calláte! —le gritó François a Paula— ¡Acá no tenés ni voz ni opinión!

La agente se cruzó de brazos refunfuñando y apartó la mirada. Aunque con la atención aún puesta en ellos.

macrysis zWhere stories live. Discover now