Me vestí lo más rápido que pude, me puse un maquillaje sencillo, de día, –sabiendo que probablemente luego iríamos a la playa no usé delineador ni nada- y bajé las escaleras lo más rápido que pude porque ni siquiera me quería esperar a que el ascensor llegara a mi piso. No era un hotel muy grande, pero quería ver a Michael.
Era estúpido porque hacía tres horas y media que le había visto.
Salí de la recepción del hotel con media sonrisa, llevaba puestos unos shorts, unas zapatillas deportivas y un jersey fino de manga larga ya que la brisa de Dublín era fría incluso en verano.
-Buenos días –me sonrió Michael. –Mayo –añadió y se mordió el labio inferior.
Levanté la mano en forma de saludo, él soltó una pequeña risa.
-Vamos a desayunar, tengo hambre.
-¡Vale! –respondí animada, me moría de hambre.
El mundo entero podía escuchar en esos instantes los rugidos feroces de mi estómago, o quizá no. Pero yo sí.
Michael guardó sus manos en sus bolsillos, anduve a su lado mirándole tímidamente de vez en cuando. No hablábamos pero me gustaba ese silencio, era agradable.
Lo único que odiaba era que él me pareciera tan sexy.
-¿Te parece bien desayunar a…? –no le dejé tiempo a acabar su frase porque entré corriendo en el McDonald’s tirándole del brazo. –Me tomaré eso como un sí.
-Jamás dudes del McDonald’s.
-¿Qué vas a tomar?
-¿Todo?
Michael rió negando con la cabeza.
-No lo sé. Supongo que un frappé de caramelo.
-Yo tomaré un smoothie de fresa y plátano.
Asentí con la cabeza y lo pedí todo añadiendo dos donuts al chico que había en caja, Michael me rodeó con el brazo y yo saqué el dinero para pagar pero él se avanzó.
-Eres idiota –le dije girándome hacia él, sus manos quedaron casi tocando mi trasero. Estábamos esperando a que nos dieran nuestra bandeja y como no había nadie más porque era muy temprano nos quedamos enfrente de la cola.
-Solo quería ser un caballero –hizo puchero, era tan adorable Jesús.
-No soy una princesa.
-Eres mi princesa, tengo que ser tu caballero.
-EW –reí y Michael besó mi mejilla, su pelo me hacía cosquillas en el cuello. Michael puso carita de cachorrito y se acercó a mí lo suficiente como para que nuestras narices se rozaran. Mi pulso se aceleró.
-Disculpen, aquí tienen su pedido.
Me giré muy rápido, no sabiendo si odiar al chico que nos había servido o si quererle por haberme salvado de aquél momento.
Michael fulminó al chico y suspiré soltando una pequeña risa.
-¿Qué pasa?
-Que eres gracioso.
Nos sentamos en un sofá y empezamos a comer nuestros donuts mientras dábamos pequeños sorbos a nuestras bebidas. Casi no dijimos nada, solo le dije que me había despertado sola y su respuesta fue que por eso debería haberme ido a dormir con él.
Eso me hizo sonrojarme y bajar la mirada, sintiendo como mi pulso se aceleraba de mala manera.
-Mi… Lechuga.