4 - Propuesta.

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—Doctor, yo no puedo pagar eso —digo nerviosa.

—Perdón, pero así lo dijo el director esta mañana. Quise que lo supieras antes de que tomaran la decisión definitiva. Ya no está en mis manos, Halia, lo siento.

¡¿Por qué?! Ya estaba mejorando. Las propinas comenzaban a ser cada vez más constantes, y ayer fui a una entrevista de trabajo, aunque no creo que me acepten. Pero era un avance. Como de un momento al otro todo se fue al carajo de nuevo.

Hace un momento, estaba tranquilamente platicando con mi papá cuando el doctor me llamo fuera de la habitación, pensé que sería para darme noticias nuevas del estado de mi padre pero no fue así. Al parecer el director de la clínica ha hecho un aumento en los precios de estancia y en los tratamientos por su dificultad para atender otros pacientes. Ya no tengo opciones.

—¿Qué te dijo el doctor? —pregunta mi padre cuando entro de nuevo a la habitación. Trate lo más que pude de verme calmada.

—Dijo que has mejorado. Tal vez, pronto salgas de aquí —digo medio animada con una sonrisa.

Claro que va a salir pero no por su salud. Nos echaran si no consigo el dinero. El estrés va a venir matándome.

...

Esta mañana fue tranquila. Comí un desayuno ligero como siempre, café y galletas, pues no compro muchos suministros. Luego paso la tarde viendo películas de misterio. No soy muy fanática del romance, prefiero una buena película de terror o bien una que me haga reír, nada mejor que esas. Pero honestamente veo cualquier cosa que me parezca entretenida.

Estoy tan cómoda recostada en el mueble de la sala viendo la televisión. El único momento que me puedo relajar por completo y no pensar en nada.

Debo esperar hasta que anochezca para ir al bar. Hoy tengo el turno nocturno. El peor y el mejor de todo. Es bueno porque van muchas personas, aún más si es fin de semana, y me dan buenas propinas. Sin embargo, ocasionalmente ocurren eventos desagradables, como peleas o alguien hace algún desastre y tengo que limpiarlo mientras borrachos chocan conmigo cada cinco segundos. Solo imagínalo, tener que arrodillarse a recoger vidrio y de pronto una persona que no puede ni con su alma te cae encima, ¡y que solo tú seas quien se corta con los estúpidos vidrios!

De pronto, un estruendo me distrae de la película. Es mi estómago. Tengo hambre. Pero si almorcé hace una hora. Bueno, si le puede llamar almuerzo a un emparedado de queso derretido. Delicioso, por cierto.

Tristemente, me levanto de la mi cómoda posición y me dirijo a la cocina. La esperanza es lo último que se pierde, así que la mía esta por las nubes por encontrar algún alimento en el refrigerador.

Abro la puerta inferior del refri y me agacho ligeramente para observar su interior. ¡Esta vacío! Eso es triste. Lo único que logro observar dentro es una garrafa de agua y una botella de kétchup. Amo el kétchup. Lo como con todo lo que pueda, pero no creo que sepa bien con agua. Maquino mi mente pensando que puedo hacer, pero ¿cómo diablos voy a hacer algo con agua y salsa de tomate?

Al final decido revisar si me quedo algo de pan de mi "almuerzo" y comerlo con la salsa. Tomo la botella para sacarla de la nevera y creo que pude escuchar ángeles cantando cuando vi lo que había detrás de esta. Una luz celestial —que debe ser por la luz del electrodoméstico. Pero déjenme con mi ilusión— emana de una barra de chocolate nueva, sin abrir. Es hermosa. Saco la delicia y la sujeto como si fuera un bebé, delicado e indefenso. Es mi precioso.

Vuelvo a la sala y me siento emocionada en el mueble. Mi estómago empieza reclamarme por no comer de inmediato. Relájate, ya voy. Abro la bolsa que cubre el deleite y doy la primera mordida. ¡¡Dios, que rico!! En menos de cinco minutos ya estoy lamiendo el envoltorio. Estómago, ya no me molestes más.

¿Por Qué Me Tocó Este Idiota?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora