CAPÍTULO 6: 5 años después.

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          Hay un dicho que dice que el tiempo cura las heridas que provoca el amor, sin embargo, seguimos hablando mal del tiempo y bien del amor; pareciera ser una cuestión de marketing; pero no hay que quitarle verdad. Cotidianamente culpamos la mayoría de las veces al paso del tiempo, pero no es el único responsable de que cambiemos, otro gran partícipe y cómplice es el dolor, hermano de la tristeza y primo del enojo. Sorprende y hasta asusta como el dolor puede cambiar a las personas, cómo logra erosionar y carcomer hasta el espíritu más libre, tierno y noble, volviéndolo oscuro, turbado y solitario.

          El dolor puede llegar a extinguir hasta la sonrisa más grande y brillante que los ojos puedan llegar a ver alguna vez, porque el dolor nos cambia; eso mismo le sucedió a Maite, el dolor, la decepción y la tristeza lograron sepultar en lo más hondo su alegría, su energía.

          En los últimos cinco años se volvió una mujer taciturna, retraída, arrogante, hostil. Estar cerca de ella se había vuelto muy difícil, daba la impresión que prefería mantener a todo el mundo lejos; la soberbia y arrogancia echaron raíz en ella como mecanismo de defensa para protegerse de más dolor, de más decepción. Si nadie se acercaba, nadie lograría lastimarla.

          Desde que puso un pie en Barcelona se abocó de lleno a su trabajo; en alguna oportunidad leyó en un sobre de azúcar "mente ocupada no extraña a nadie" y vaya que se lo tomo en serio. Después de las fiestas se puso totalmente de cabeza con el trabajo en las dos universidades donde había obtenido trabajo y el resto del tiempo se la pasaba pintando en su estudio, que a pesar de que el piso que había conseguido era más chico se las ingenió para adaptarse y sacarle provecho al máximo.

          Durante ese primer año, Ángela estuvo tratando de contactarla; llamadas telefónicas, whatsapps, correos electrónicos, redes sociales... incluso logró averiguar que estaba radicada en Barna y viajó un par de veces tratando de dar con ella. Estuvo contactando a Sophie e incluso a Don Armando, rogándoles que le dieran la dirección en Barcelona, incluso les ofreció dinero para que le facilitaran su ubicación pero no tuvo resultado, para Ángela era como que Maite se había vuelto un fantasma.

          Al segundo año el dolor y la decepción seguían presentes en la pintora pero había logrado adaptarse a ellos y era algo con lo que lidiaba a diario; Eugenia ha sido una red de apoyo importante... la pintora mantenía sus sesiones semanales vía online, los beneficios de la terapia son los mismos que ir al consultorio, pero la dinámica virtual resultó ser muy provechosa para la morena.

          A finales del tercer año, Maite recibió un correo electrónico del abogado de Ángela quien la contactaba para firmar los papeles de divorcio. Maite, desde que dejó Madrid, aún seguía vistiendo su alianza de casada, para la vasca la promesa de "hasta que la muerte nos separe" era absolutamente real y la pintora no era una mujer que rompiera promesa alguna, seguía buscando lograr perdonar a Ángela, pero no estaba preparada para dar ese paso; en tres año no había sido capaz de quitarse el anillo, difícilmente aceptaría firmar, así sin más, los papeles de divorcio.

          Sophie hablaba mucho con ella al respecto, la parisina no lograba entender como su entrañada amiga elegía seguir atada a una persona que la defraudó y la hirió en lo más hondo, es que no lograba comprender a Maite. Habían pasado tres años, la parisina opinaba que era momento de que la morocha pasara página, rehiciera su vida que hasta ahora sólo ha sido trabajo y más trabajo. Sophie le insistía que al menos se diese la oportunidad de conocer alguien, no tenía que ser nada serio ni formal, pero Maite siempre se excusaba con no tener tiempo por el trabajo.

          Durante todo ese tiempo estuvo haciendo caso omiso a los incesantes correos electrónicos que le llegaban semana tras semana notificándola para que firmara los papeles en Madrid. Viendo la reticencia, el abogado un día se los hizo llegar físicamente pero Maite no fue capaz de firmarlos. No lo hacía por venganza, ni castigo, simplemente el plasmar en tinta su nombre al final de una fría hoja le parecía un triste e indigno final para la historia de amor y de vida que alguna vez tuvo con la mujer con quien, para la ley, aún seguía siendo su esposa.

Yo antes de ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora