CAPÍTULO 19: Nadie sabe el día ni la hora o ¿si?

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          Camino no pudo dormir esa noche. Yacía despierta en el cómodo y enorme sillón, contemplando el techo y reconstruyendo paso a paso los últimos meses a la luz de lo que sabía ahora.

          Todo había cambiado de lugar, se había fragmentado y acabado en otro sitio, en una forma que a duras penas reconocía. Se sentía engañada, la cómplice tonta que no sabía en qué se había metido. Imaginó que se habrían reído en privado de sus tentativas de dar esperanzas a Maite que dormía profundamente contra el respaldo del sillón. Esas pequeñas cosas que le harían sentirse mejor. ¿Qué sentido tenían, al fin y al cabo?

          Rememoró una y otra vez la conversación que había escuchado, en un intento de interpretarla de otro modo, de convencerse a sí misma de que había comprendido mal sus palabras. Pero Dignitas no era exactamente un lugar al que se iba de vacaciones. No podía creer que el señor Armando considerase hacerle eso a su sobrina. ¿Ser partícipe, de modo voluntario, en la muerte de tu propia sobrina? Es sádico.

          Sin embargo, por encima de todo, se sentía dominada por el horror. Le obsesionaba lo que ahora sabía. ¿Cómo vivir a sabiendas de que sólo se dejaban pasar los días hasta la llegada de la muerte? ¿Cómo era posible que esa mujer, cuya piel había sentido bajo los dedos (cálida y viva) decidiera acabar consigo misma? ¿Cómo era posible que, con el consentimiento de todos, en apenas unos meses esa misma piel pudiera encontrarse bajo tierra, pudriéndose?

          No se lo podía contar a nadie. Eso era casi lo peor de todo. Sin quererlo se había convertido en una encubridora (obligada, improvisada) del siniestro secreto.

          La mañana siguiente, Maite estaba de buen humor: más habladora que de costumbre, vehemente, provocadora. Hablaba más que cualquier otro día. Daba la impresión de que quería discutir con Camino y se quedó decepcionada cuando esta no le siguió la corriente.

          La joven castaña no lograba hablar con ella. Le resultaba difícil incluso mirarla a los ojos. Era como descubrir que tu pareja te había sido infiel. Sintió, de un modo extraño, que le había traicionado.

- ¿Camino?

- ¿Mmm?

- Estás desconcertantemente callada. ¿Qué le pasó a esa mujer tan habladora que llegaba a ser un poco irritante? Le preguntó mientras ella trabajaba en una entrega que tenía pendiente.

          La meditabunda y reflexiva joven creyó que sería una de las pocas oportunidades que tendría para buscar convencer a su profesora, paciente y amante de que la vida es bella y vale la pena vivirla. Entonces, cómo si se tratase de un simple juego imaginativo, Camino le arrojó una pregunta como al aire.

- ¿Hay algún lugar donde no hayas estado?

         Con rostro de extrañeza, Maite se le quedó mirando, creía que esta era una de sus tantas charlas aleatorias que tanto le gustaba emprender, así que, sin sospechar las intenciones de su alumna, enfermera y amante, la pintora respondió de forma bromista.

- ¿Corea del Norte? —Meditó—. Oh, y tampoco Disneylandia. ¿Te vale? Ni siquiera Eurodisney.

- Yo una vez compré un billete de avión para Australia. Pero no fui. Le siguió la conversación.

          La morocha se volvió hacia ella, sorprendida.

- Pasó algo. No es nada. Tal vez vaya algún día aclaró con algo de torpeza en su voz.

- Tal vez, no. Tienes que salir de aquí, Camino. Prométeme que no vas a pasar el resto de tus días atrapada en esta maldita parodia de postal de vacaciones.

Yo antes de ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora