Alondra.
El taxi frenó y el chofer me indicó que habíamos llegado a destino, como si no fuera una obviedad. Quizás la mayoría de los pasajeros que traía hasta éste lugar habitualmente seguían con la almohada pegada a la oreja, pero ese no era mi caso.
Di vueltas toda la noche cambiando de posición dejando toda mi energía en conciliar el sueño que nunca vino a visitarme, igual que la noche anterior a esa.
No sabía como ella se enteró antes que yo, pero fue mi madre quién me avisó sin mucha sutileza que mi papá volvía al país por unos días; yo sabía que no venía a verme a mí e igualmente acá estaba, con el corazón lleno de ilusión por verlo nuevamente después de tanto tiempo.
Abracé mi cuerpo para resguardarme del frío que hasta me quemaba las mejillas. Caminé hacia la zona de arribos internacionales, observando por un segundo mi reflejo encorvado en el cristal de la puerta doble.
Según la página de la aerolínea su vuelo podia llegar ahora o dos horas más tarde. No me quedaba otra que sentarme a esperar y rogar no perderlo de vista entre el gentío.
En esta zona del aeropuerto sólo había un kiosco y pedí un café con leche para llevar. Sentía todo mi cuerpo despojado de calor, y esperaba que la bebida caliente también calmara el temblor de mis manos.
Cuarenta minutos después lo vi a lo lejos, con un carry on negro y su habitual traje impoluto; pocos eran mis recuerdos de él con ropa de entre casa, haciendo un asado o jugando con mi hermana y conmigo. Esa era la viva imagen de mi progenitor, sin importar el momento o el lugar. Él parecía estar siempre listo para los negocios. Y yo me sentía uno más.
Levanté el brazo con la esperanza de que me viera sin abordarlo de una para no asustarlo, y cuando me vislumbró entre la gente pareció perder la compostura por un instante. Esa expresión relajada que llevaba con él a todos lados se vino abajo, y en cuestión de segundos volvió a la normalidad.
—Alondra – dijo saludandome con un asentimiento como a uno de sus empleados. Ni un abrazo, ni un apretón de manos, nada. —¿Qué haces acá?
—M-me avisó mamá que venías... Sé que no debes tener mucho tiempo asi que vine para acá.
La voz me fallaba como a una estúpida, tenía veintidós años y seguía buscando su aprobación como cuando tenía ocho, aún sabiendo que nunca iba a obtenerla.
—No entiendo, ¿necesitas plata?
Apreté con fuerza los labios y tragué saliva, llevándome las lágrimas que amenazaban con caer.
—No, no... Hace un año y medio que no te veo, pa. No me atendes el celular, no me respondes ni un mensaje.
—Estoy trabajando todo el tiempo, Alondra... lo sabes bien.
—¿Ni cinco minutos tenes para hablar con tu hija una vez al año?
La mirada que me lanzó hizo que me calle al instante. Todo en él era intimidante, me gritaba con los ojos que me fuera y no lo molestara más.
—Ya hablamos de esto, ¿qué más querés? Más de lo que hago por vos no puedo hacer. Ya no tenes quince años para andar reclamando falta de atención como un perrito, sos una mujer, Alondra... crece. – escupió una palabra detrás de la otra sin darme tiempo a reaccionar.
Yo que siempre tenía respuesta para todo con él me quedaba en el silencio más absoluto y doloroso.
Retomó el camino a la salida, dando por terminada la conversación. Un impulso idiota me hizo seguirlo, tal como el perrito faldero que me consideraba.
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altibajos ; wos
Fanfiction¿Qué puede salir bien entre dos personas que tienen miedo de sentir?