𝘿𝙞𝙚𝙘𝙞𝙤𝙘𝙝𝙤

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Alondra.

Valentín bufó por sexta vez en menos de veinte minutos, y volvió a frotarse los ojos con el dorso de las manos. Los apuntes de ambos abarcaban todo el ancho de la mesa del modesto comedor de mi departamento. Si algo podía admitir era que nos complementabamos bastante bien como compañeros de estudio.

De los tres parciales que tenía esa semana ya había aprobado dos, y Valentín se sacó por primera vez un nueve en el final de una materia que odiaba. Su emoción fue tan grande que no dejó de sonreír en toda la tarde y esa noche estudió por primera vez con ganas.

Nos cebabamos mate y comíamos galletitas a lo loco, hacíamos un recreo de veinte minutos cada dos horas para correr al horno y cocinar unas patitas de pollo que comíamos sin cuidado alguno, bañándolas en ketchup.

Valen tenía problemas de concentración y cada tanto, cuando levantaba la cabeza para elegir otro resaltador, lo encontraba mirándome fijo, perdido en sus pensamientos  y ante mi reto sólo decía que mirar un punto fijo lo ayudaba a memorizar lo que había leído; El problema era que el "punto fijo" siempre era mi persona.

No se trataba de un gesto que me incomodara, con Valentín nada era incómodo; simplemente nos quedábamos así un rato, y yo terminaba perdiendo también la concentración que tanto me costaba conseguir, por el simple echo de quedarme embobada con esos ojos azules. Las veces que lo permitía teníamos una conversación de media hora porque sacaba tema de cualquier cosa con tal de no volver la vista hacia sus apuntes.

— ¿Qué pasa? — preguntó alzando una ceja cuando lo miré algo frustrada.

— Que no te concentras, y eso genera el mismo efecto en mi.

— ¿Te desconcentra que te mire? – preguntó con ese tono pícaro tan particular que tenía siempre.

— Un poco, sí.

— Es que no entiendo como podes estar una hora y media en la misma posición, comiste una patita de pollo y seguís como si hubieras arrancado hace cinco minutos.

Pasó sus manos por su cara en un gesto cansado, y sentí bronca porque si el hecho de estudiar en sí era una paja, lo era aún más si tenías que aprender y memorizar materias de una carrera que odiabas. Si bien se había alegrado por ese logro personal que significaba ese nueve, él estudiaba una carrera literalmente obligado, y no era justo.

— Es el último parcial que me queda, es un tema jodido y me cuesta... Si no le pongo todo, no apruebo.

— Lo mismo dijiste sobre los otros dos y te fue genial, amor. Hagamos una pausa chiquita, dale.

— ¿Ahora? — miré las cuatro carillas que me quedaban por resumir, dudando si caer en sus encantos o pensar en mi futuro. No iba a negar por nada del mundo que sus brazos cruzados con las venas marcadas se veían muy tentadores.

— Media horita... te doy unos besitos y si querés mañana estudiamos toda la madrugada. – Lo miré con esa cara de perrito mojado y no pude negarme. A la mierda el futuro.

Lo dejé arrastrarme al sillón, olvidando por completo la sesión de estudio para relajarme bajo su tacto. Puso música en la tele para ayudar a relajarnos, y además de muchos besos de por medio se dedicó a acariciarme el pelo hasta que sentí que me vencía el sueño.

— ¿Qué hora es? – pregunté bajito, notando que el movimiento de su mano era cada vez mas pausado.

— Las tres y media. – contestó como si nada.

— No puede ser.

— Te lo juro. ¿Vamos a la cama?

Asentí y solté una risa cuando me levantó en sus brazos para ahorrarme el corto trayecto hasta mi habitación. Valentín no hacía ningún esfuerzo al caminar y me hacía sentir que pesaba como una pluma. Me recostó sobre la cama con cuidado y se tiró encima mío antes de que pudiera protestar.

altibajos ; wosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora