Alondra.
La semana no había comenzado bien, y al parecer iba a continuar de la misma forma. Era extraño para mí decir que de alguna forma me había acostumbrado a eso.
Los días en los que era yo misma al cien por ciento y sentía la felicidad acompañarme en cada paso, por mas breve que fuera, los sentía cada vez más lejanos. Para mí siempre la felicidad al igual que la tristeza era algo momentáneo, efímero.
Un día estabas feliz, al otro no tanto pero eventualmente volvías a encontrarte y la pena quedaba lejos por un tiempo hasta que un día sorpresivamente volvía a aparecer.
Y ese era el problema, hacía exactamente dos años que la pena me acompañaba como una especie de sombra oscura que se señia en torno a mi cuerpo y por momentos me ahogaba. Creía que volver a mi tierra iba a solucionar absolutamente todo, y no fue así.
Mil veces escuché decir que la tristeza se traslada con el viajero y estaba cada día mas convencida de que así era.
Éste día en especial era de los peores, ya que había intentado contactar a mi viejo para invitarlo a mi cumpleaños éste fin de semana y como era de esperar nunca atendió el celular y rechazó la invitación con un simple WhatsApp alegando que tenía muchísimo trabajo.
Sabía de antemano que esa sería su respuesta pero me dolía como si no lo hubiera anticipado.
En esta semana y media sólo me había dedicado de lleno a estudiar y a tirar currículum por todos lados; la simple idea de que mi papá me pagara el alquiler, los estudios, la comida y para sumarle algo más el alquiler de un salón para festejar mi cumpleaños número veintidós aunque iba a estar ausente me daba náuseas.
Hoy era jueves y faltando sólo dos días para el tan esperado festejo por parte de mis amigos a la única persona que acepte ver fue a Valentín. No me pregunten porqué, simplemente accedí a verlo un rato durante todos éstos días como a un amigo más, y su compañía resultó ser bastante agradable cuando no se comportaba como un soberbio.
—¡Alo! – vociferó saliendo del baño —¿Puedo hacerme un café con una de estas cositas?
Sin necesidad de verlo supe que se refería a la máquina de cápsulas.
—¿Qué cositas? – pregunté en el mismo tono sólo para molestarlo.
Asomó la cabeza por el marco de la puerta, rascando su nuca como si pensara.
—Esa maquinita que dice Dolce no se qué verga...
—Ah, sí. Las cajas están en la alacena, fijate cual te gusta más.
—¿Hay más de una?
—Si, tonto... creo que tengo de café negro, capuccino y nesquick.
—¿Sos millonaria y no me enteré? Esas cositas están como una luca cada una.
—Pasa que cobro cada taza que ofrezco y con eso me compro más. – bromee restandole importancia. —Pero a vos te invito si me traes uno para mí.
—Hecho.
Pegó media vuelta dirigiéndose a la cocina y aproveché para sonarme los mocos y tirar el pañuelito usado en el tachito debajo de mi escritorio.
Tener a Valentín deambulando por mi departamento se sentía normal, más de lo que debería. Me estaba acostumbrando a que venga a merendar, hablar de todo un poco y terminar cenando algo en el sillón mirando una serie.
Me gustaba como estaban las cosas en ese momento y si bien la tensión entre nosotros era inevitable los dos nos hacíamos los tontos y hablábamos como si nunca hubiésemos tenido un encuentro sexual.
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altibajos ; wos
Fanfic¿Qué puede salir bien entre dos personas que tienen miedo de sentir?