22. Alana esconde algo

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La noche del partido fue un completo caos.

En primer lugar, porque las gradas estaban repletas de una manera que nunca antes había visto.

Normalmente nadie solía vernos, salvo por alguno de nuestros padres o amigos de vez en cuando. Pero en esta ocasión Tania había ofrecido su casa para la fiesta y dijo que no dejaría entrar a nadie que no hubiera asistido al partido primero.

Tenía que admitir que, aunque me cayera mal, eso fue inteligente. Y por eso ella era la sub capitana.

Ahora no sólo teníamos a padres y amigos, sino a casi dos equipos masculinos completos en primera fila, todos refugiándose bajo sus abrigos mientras se aferraban a sus bolsos llenos de alcohol y energizantes con fuerza.

—Ahí está Jade —dijo Tania antes de hacerme un pase, en el medio de la cancha.

Señaló con su rostro al equipo masculino y apoyó su stick sobre el hombro antes de saludarlo, como si fueran amigos de toda la vida. Jade le devolvió el saludo con pereza y me ignoró por completo antes de sentarse junto a los chicos.

Charlie llegó con él, aunque eso no eso no fue sorpresa, considerando que eran vecinos. Pero ella no se sentó con él, sino que ascendió hasta las últimas gradas, desde donde mis padres miraban.

Papá sostenía un paquete de galletas que iba pasando entre ella y Noah, a su otro lado, y mamá se aferraba a su teléfono nuevo con fuerza para poder grabarnos con entusiasmo.

Los tres saludaron a Charlie y la pelota me golpeó en el hombro.

—Auch.

Me sobé el hombro y miré mal a Tania, aunque técnicamente no había sido su culpa. La pelota simplemente era demasiado pesada y ella la había lanzado con suavidad para que yo la atrapara.

En ese momento llegó Alana también, justo detrás de ellos.

Cinco minutos antes de que comenzara el partido. Sin uniforme. Sin palo. Y evidentemente sin haber entrado en calor.

—¿Pero qué le pasa? —preguntó Tania al notar lo mismo que yo.

Ella podía ser un poco pesada y antipática, pero cuando se ponía el uniforme negro con rojo y se trenzaba el cabello, lo único que le importaba era que todas estuviéramos donde debíamos estar para ganar. O, al menos, intentarlo.

La entrenadora sonó su silbato y nos hizo un gesto con la mano para que saliéramos de la cancha. Le eché una ojeada rápida e hice un gesto con la mano hacia Tania para restarle importancia al asunto.

—Yo me ocupo —respondí con prisa.

Y me eché a correr hacia las gradas. Algunos chicos me saludaron y yo apenas atiné a devolverles el gesto, enfocada en llegar rápido a la rubia. Alcancé a tocar su hombro dos gradas más arriba y ella casi tuvo un infarto por el tacto inesperado.

Bajó la cabeza hacia mí y me miró desconcertada, con sus manos aferrándose al morral que colgaba de su hombro. Llevaba puesto un pantalón vaquero holgado y una de esas camisetas negras de las bandas de música que le gustaban.

Bring me the vertical o algo así.

—¿Qué crees que haces? —Le pregunté—. El partido ya está por comenzar.

Anochecía y las luces de la cancha acababan de encenderse. Una de ellas estaba justo encima de nosotras y no me dejaba ver a Alana con claridad, por lo que tuve que mantener los ojos entrecerrados mientras hablaba. Quizá me viera un poco más intimidante de lo que pretendía con el uniforme completo, la pintura en el rostro y la cara de pocos amigos que llevaba.

¿Escuchas Girl in Red? | YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora