34. Lo lograron. Finalmente la rompieron

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El mes de mayo pasó con demasiada rapidez entre los exámenes antes del cierre del trimestre y mis pobres intentos de ver a Charlie cuando sus padres no la estaban mirando.

No podíamos vernos luego de clases ni los fines de semana. Los únicos momentos en los que podía estar con ella eran las clases y los recesos. Y si bien Charlie dijo que no le importaba quien nos viera juntas dentro o fuera del instituto, ninguna de las dos hizo pública la relación.

Me imaginaba que nuestros compañeros y algunos profesores intuían lo que teníamos, pero nadie se había atrevido a preguntarnos explícitamente.

Me hacía sentir aliviada saber que, en el fondo, a nadie le importaba ni sorprendía la idea de nosotras juntas.

Mi teléfono comenzó a sonar a mitad de mi merienda y lo saqué del bolsillo. Mamá, desde el otro lado de la mesa, levantó la mirada de su emparedado y me alzó una ceja.

Era una alarma.

¿Una alarma de qué?

Era sábado.

Presioné el ícono de la notificación y leí la descripción de la alarma.

"NO LO OLVIDES"

¿QUE NO OLVIDE EL QUÉ?

Bajé a la siguiente línea.

"LA CITA, ESTÚPIDA".

Ah.

AH.

Me levanté de golpe y mis padres dieron un respingo al mismo tiempo. Lola, quien dormía plácidamente bajo mi silla, se incorporó de golpe y la hizo caer.

—¡Me tengo que ir!

—¿A dónde? —preguntó papá mientras enrollaba una feta de jamón para dársela a Lola.

Charlie me había convencido para que le pidiera permiso a mis padres de salir el sábado durante toda la noche, pero lo olvidé por completo. No quiso decirme a dónde iríamos ni cómo hizo para que sus padres le dejaran, pero no quería cagarla.

Era la primera vez en casi un mes que íbamos a estar solas. Luego no nos veríamos durante todas las vacaciones de invierno.

Desde que Charlie me contó sobre la mudanza no dejaba de sentir que estábamos a contratiempo. Que debíamos aprovechar todo el tiempo que pudiéramos antes de que ella se marchara.

—A la casa de Noah —mentí. No recordaba a qué hora nos debíamos encontrar con Charlie y me daba miedo haber puesto la alarma muy justa de tiempo—. Me quedaré a dormir allí.

Mamá arrugó la frente pero corrí con prisa hacia mi dormitorio antes de que pudiera preguntar algo más.

—¡¿Quieres que te guarde el postre?! —preguntó desde el comedor, cuando yo ya iba a medio camino en las escaleras.

—¡Sí! —grité.

El viernes mamá compró helado y un pastel para celebrar el primer pago en su nuevo trabajo, pero papá no estuvo al tanto y también compró postres y mucha comida chatarra. Así que ahora teníamos alimento para toda una semana que debíamos ir comiendo antes de que se echara a perder.

Cuando llegué a mi cuarto entré en pánico.

Como no sabía a dónde iríamos, no tenía idea de qué ponerme.

¿Y si usaba las misma camisa y los mismos pantalones de siempre y luego resultaba que íbamos a algún sitio caro? ¿Y si Charlie se esmeraba mucho en su atuendo, como siempre hacía, y al lado suyo me veía como un vagabundo?

¿Escuchas Girl in Red? | YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora