9. LA BESÉ

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—No puedo quedarme sin jugar. 

Miré a la entrenadora con una mezcla de asombro y súplica, sin creerme que me estuviera amenazando con eso. No habíamos pasado por tanto el año pasado como para que ahora nos lo arrebataran.

—¿Quieres ponerme a prueba, Andrea? —respondió ella.

Le mantuve la mirada con la misma severidad que ella usaba. Me sostenía por un hombro y se inclinaba ligeramente hacia mí para poder regañarme en voz baja. El entrenador de los muchachos se encontraba a unos metros de nosotras, con Jade. Parecía estar intentando descubrir qué acababa de suceder.

Observé a Tania, a mi lado. Ella se cruzaba de brazos y me apartaba la mirada con una mezcla de orgullo y pena.

—¿Qué importa, ya? —me resigné—. Si por culpa de Tania nos falta un jugador de nuevo.

Moví el hombro para zafarme de su agarre y crucé el pabellón de deporte antes de que pudieran llamarme de regreso. Me apresuré por si acaso y acabé trotando hasta el estacionamiento. Tuve que esquivar a algunos estudiantes de arquitectura con sus maquetas y a otros veinteañeros estresados en bicicleta, pero encontré el auto verde de mamá donde ella solía dejarlo siempre.

Ella se apoyaba contra él, con las manos en los bolsillos de su abrigo y los ojos entrecerrados para ver a través de los rayos de sol.

Cesé el trote a tiempo para detenerme justo delante y la miré con la frente arrugada. Debía de verme graciosa, por la manera en la que me alzó las cejas. Su chaqueta de vaqueros era casi tan vieja como el modelo de nuestro auto.

—¿Y esa cara? —preguntó.

Cerré mejor la mano alrededor de mi stick y sentí el frío del aluminio contra mi palma.

Normalmente le habría contado a mamá el motivo de mi mal humor, pero en ese momento estaba tan enfadada que no encontraba las palabras. Miré mi reflejo en la ventanilla y me obligué a calmar un poco la expresión de mi rostro. Me veía como un simio molesto, estaba sudada y mi cola de caballo era un desastre.

Tironeé de la goma elástica, pero no cedió.

—Tengo hambre —dije, en cambio.

Mamá me miró extrañada, pero me abrió la puerta del copiloto. Lancé mis cosas a los asientos de atrás y me abroché el cinturón, enfurruñada. Mamá me echó otra mirada curiosa y pasó unos buenos diez minutos intentando salir del estacionamiento sin pisar a ningún estudiante.

—¿Quieres McDonald's? —preguntó un tiempo después.

—No se me antojan animales —contesté.

Me gustaba la carne. La comía en alguna que otra ocasión. Pero al mismo tiempo me daba demasiada pena comerla. En especial porque mis animales favoritos en el planeta eran las vacas.

—Estoy segura de que ni siquiera es carne de animal lo que venden ahí, Andy —dijo mamá, como si acabara de leerme el pensamiento—. O podemos pedir hamburguesas de lentejas en el centro comercial, pero nos llevará un tiempo.

Le envié un mensaje rápido a Noah mientras pretendía meditarlo.

¿La carne de McDonald's
es de vaca?

De: Ángel
Claro que no.

Y entonces procedió a enviarme links de los videos de Dross sobre la carne de alien. Se me quitaron las ganas de McDonalds en un par de segundos.

Aún así, dos horas más tarde yo estaba acabando mi hamburguesa de lentejas mientras nos adentrábamos en el camino que llevaba hacia casa.

—¿Por qué no guardas un poco y preparamos algo con las verduras para acompañarlo? —preguntó mamá.

¿Escuchas Girl in Red? | YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora