Cap 8

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Aturdida, Annalise trato de recuperar el aliento y durante varios segundos permaneció inmóvil, casi incapaz de pensar. El sonrío con los ojos entornados; en ese fugaz instante ella comprendió que él recordaba con claridad todas las heridas que le había infligido; desde la mortífera andanada de flechas, trémula, mientras el continuaba desvistiéndose sin dejar de mirarla con aquellos ojos fríos, azules rebosantes de vida. Cazas, túnicas y fina camisa de hilo abandonaron su cuerpo  y cayeron donde quedarían. Y ella era aún incapaz de moverse; de hecho, apenas podía respirar.
Las llamas iluminaban los músculos de los hombros y el torso perfecto de Erick. El pecho aparecía cubierto por vello dorado, y los tendones se marcaban como oro y bronce a la luz del hogar. Annalise trato de clavar la vista en sus ojos, pero la desvió hacia abajo y se estremeció. El vello dorado de su pecho se estrechaba en la cintura y continuaba hacia abajo, formando una alfombra masculina para la poderosa vara de su sexo. Miro el turgente pene, y se le secó la garganta. Deseo gritar, negarse, desaparecer. Cada ves más aterrada, volvió a mirar sus ojos y se sobresaltó al percibir en ellos cruel burla e inflexible orgullo. El hombre peseta una belleza salvaje y extraña; se apreciaba en su porte, en la manera de sostener su hermosa cabeza e   en el abrasador escarnio de sus ojos; estaba en la gracia ágil, felina, de su repentino movimiento al acercarse a ella.
- Una noche memorable, mi querida . . . Esposa.
-¡NO! - murmuró ella.
De un salto se puso de rodillas, afligida y aterrada, porque estaba segura de que el pretendía vengarse de la manera más brutal. No podía permanecer quieta esperando ver qué tortura se proponía infligirle. Trato de saltar de la cama, pero el la detuvo cogièndola  por los hombros y volvió a tenderla. Sin piedad ni esfuerzo se colocó sobre ella a horcajadas y le inmovilizó las manos aprisionándolas en sus muslos. Annalise no opuso resistencia, consciente de que la fuerza de el era muy superior. Gotas ardientes se deslizaron por su espalda cuando el la toco con sus manos osadas y duras, cuando sintió su mirada, como una daga que la perforó  y dejó clavada en su alma.
-  ¿Que hago primero? - pregunto el-     ¿golpearte o violarte?
-- suéltame. . .
Logró liberase las manos, pero el las atrapó de nuevo, presionándolas a los lados de su rostro e inclinándose sobre ella. El aliento de Erick le acarició los labios y la penetró. Se sintió llena de su aroma, extrañamente limpio, atractivamente masculino y tan incitante como su contacto. Y su barba le rozó la piel:
-- ¡Ay, señora! Hubo un tiempo en que pensé tratarte con comedimiento.
Demostrarte, mi lady, más allá de toda medida, que soy producto de una ley más antigua que cualquier norma inglesa. Querían ser el modelo de caballero, señora, desplegar la faceta más delicada de mi sexo.
Annalise ignoraba adónde conducirían sus burlas, pronunciadas con un tono que no era en absoluto tierno. El cuerpo masculino la hacía arder. Incluso mientras lo escuchaba era consciente de su espléndida figura, la fuerza de su cuerpo sobre ella, el abrazador miembro viril que descansaba sobre la gasa de su camisón, ofendiéndola más que cualquier palabra que el dijera. No le habría importado morir para escapar de el, de esa íntima agitación de sus cuerpos y del terrible desprecio de su voz, que convertía en mofas sus palabras. No deseaba sentir el suave roce de su barba, no podía soportar la vibración de su pecho al moverse y contraerse sus músculos sobre ella.
-- Por favor  _ gimió.
Una niebla gris la envolvió. Anhelo perder el conocimiento y entrar en un mundo de la nada donde no estuviera a su merced, donde supiera que el no la desgarraría, monstruoso y cruel. Moriría, pensó; el la mataría.
_ ay, si, hubo un tiempo en que me propuse ser amable. Me habías lanzado tus flechas, habías luchado contra mi como una gata montesa, y sin embargo estaba dispuesto a creer en tu inocencia. Incluso cuando te sorprendí, ya prometida a mi, con tu amante del bosque, trate de comprender. Pero cuando bailaste, señora, cuando contaste con tanta elocuencia, atormentaste mi alma y mi corazón. Pensé en esos lejanos antepasados míos que atacaron y saquearon con tanta crueldad. Pensé en los gritos de batalla, la sed de sangre y  la tenebrosa y rapaz necesidad de violar que nace en nosotros. Annalise. . .
Pronunció su nombre en un susurro; tal vez incluso fue dicho con ternura. Podría haber sido solo una lejana ola Del Mar o el ávido crepitar de una llama azotada por el viento.
Entonces el se levantó sin soltarla y la arrastro hasta el hogar, donde la dejo de pie ante el fuego.
_ Me has llamado bárbaro y,   ¡Ay de mi!,  ha surgido el lado primitivo y tosco de mi naturaleza. Te he visto en toda la gloria de tu desnudez. Vi como te desvestías para tu amante, como la más experimentada ramera, y después tus movimientos cuando bailabas. Contemplé el sinuoso contoneo de tus caderas y el sensual alzarse de tus pechos, y latió en mi la sed de sangre hasta que no pude soportarlo más. Entonces supe que debía comportarme como lo hicieron mis antepasados: de un modo brutal, cruel, ávido. . .
Al oír aquellas últimas palabras murmuradas con un tono ronco, sobre cogedor y apasionado, Annalise recobró el coraje.
_¡No!

Casada con un príncipe vikingoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora