Aunque el rey se hallaba ausente de Wareham, sus hombres se preparaban en la pradera para la guerra.
Durante todo el día se oían los ruidos del entrenamiento, los gritos, las órdenes y el continuo entrechocar de los aceros.
Annelise creía que jamás sería capaz de oír esos ruidos sin revivir el horror de lo que había sucedido en la costa, sin recordar la sangre y la muerte. Con cada golpe de las armas, con cada clamor, volvía a sobrecogerse, viendo en su mente los mazos, las hachas y las espadas.
En la casa del rey pasaba el tiempo con los niños. Alfonzo demostraba un verdadero interés por el mundo de la cultura. Ella sabía cuánto lamentaba la interrupción de su aprendizaje, que anhelaba reanudar, y que estaba decidido a que sus hijos e hijas recibieran una buena educación. Muchas veces Alfonzo comentaba con tristeza la penosa situación a que habían llegado, porque el siglo anterior Inglaterra había vivido una edad de oro. En aquel tiempo los monjes habían creado los más hermosos manuscritos, y las palabras de los poetas eran regalos para los hombres menos elocuentes. Alfonzo había contratado maestros para que enseñaran a sus hijos latín, ciencias y matemáticas. Annelise hablaba galés, idioma que Alfonzo consideraba importante para sus hijos, dado que él y el rey son galeses o bien se aliaban para luchar contra los daneses, su enemigo común, o peleaban entre sí.
Tres días después de la batalla, Annelise estaba sentada en una sala con los niños más pequeños, hablándoles en su idioma, pero su mente vagaba, porque el interminable entrechocar de aceros le impedía concentrarse en la lección.
Decidió llevar a los niños a la pradera situada en la parte posterior de la casa, dentro de los muros de la fortaleza.
La tarea que se había encomendado a los niños era alimentar a los gansos, porque en la casa del rey todo el mundo trabajaba. Edmund, el mayor de los niños a su cargo, echó a correr con su puñado de cebada, y los demás lo imitaron, alegres. Annelise los dejó jugar y se sentó en el suelo, entre los narcisos, masticando ociosamente una hoja de hierba. Le costaba creer que Alfonzo hubiera solicitado ayuda a unos extranjeros para luchar contra los daneses. ¡Vikingos contra vikingos! Inconcebible. Además, en esos momentos, cuando se hallaba a salvo en la casa del rey, le resultaba imposible aceptar que aquellos bárbaros hubieran invadido su hogar, el lugar donde había nacido y sus padres habían vivido.
Se tranquilizó pensando que Alfonzo los expulsaría de inmediato. Pero un presentimiento se instaló en su corazón, y se estremeció a su pesar. Jamás nada había enfurecido tanto al rey como aquella batalla. Seguro que creía que ella nada sabía de la invitación. Dios santo, su gente había muerto allí, había entregado su vida y yacía en charcos de sangre. Ni siquiera habían tenido la posibilidad de ganar, porque la mayoría de los hombres entrenados para la lucha estaban a disposición del rey.
Él no permitiría que los vikingos se instalaran en su hogar; no podía consentirlo. Era su primo y protector. Sin duda se encargaría de que se hiciera justicia.
No le resultó difícil convencerse de ello en ese momento. Alfredo decía que había reclamado la ayuda de un príncipe irlandés, pero ella solo había visto una banda de nórdicos sanguinarios y brutales. Comenzó a orar, rogando que el rey no tuviera que lamentar esa limpia alianza. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
¡Alfonzo no necesitaba de aquellos hombres! Toda Inglaterra lo amaba y respetaba. Había vencido a los enemigos una y otra vez, y los guerreros no dudaban en apoyarlo. Se dirigiría hacia Rochester y liberaría la ciudad sitiada, de eso estaba segura.
Pero de nuevo la invadió el desánimo; había creído que su padre era inmortal.
Sí, había sido hermoso, valiente y amable, pero de carne y sangre, y había muerto como cualquier otro hombre.
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Casada con un príncipe vikingo
RomanceAnnelise, hija de un rey sajón, debe casarse contra su voluntad Con Erick, un príncipe vikingo llegado de Irlanda. Su padre la ha ofrecido a Erick en muestra de agradecimiento por la ayuda recibida contra los agresores daneses.