Desesperada, dio un tirón y se soltó. Pero enseguida descubrió que no había ganado la batalla. Él la había liberado a propósito para volver a cogerla, Atrayéndola hacia sí. Erick deslizó los dedos por la redondez de sus senos al tiempo que desgarraba la tela del camisón. Annelise trató desesperadamente de juntar los trozos, pero él no le permitió cubrirse. Con escaso cuidado y sin piedad alguna, rompió el resto de la gasa arrancándole el camisón por los hombros. Ella lo maldijo e intentó golpearlo, pero él se lo impidió y la lanzó sobre la cama, esta vez desnuda. Frenética, trató de aplacarlo:
— ¡No eres un bárbaro! Eres irlandés, eres cristiano. Yo he estado equivocada respecto a ti desde el principio. Ahora descubro que eres amable.
— ¿Me consideras amable? ¡Ah, no, señora, mientes! —tronó él y cayó sobre ella.
Ella percibió todos los matices de su cuerpo guerrero porque él se encargó de que los notara. Le rozó los labios con los suyos, y ella se revolvió, histérica. Ya no deseaba calmarlo.
— ¡Bestia! ¡Maldito lobo! ¡Maldito perro!
— ¡Ay, tus palabras avivan la llama, mi increíble beldad! Estamos gobernados por la pasión y la lujuria; nada más.
Enloquecida, intentó golpearlo, pero él aprisionó sus manos bajo el cuerpo de la muchacha. Ella continuó maldiciéndolo; porque era lo único que podía hacer para vencer el miedo.
— ¡Un lobo, un perro, una bestia salvaje! —Erick repitió los insultos que ella había proferido—. ¿Qué pretendías despertar en mí cuando bailaste esta noche, Mi lady?
Ella se quedó quieta, temerosa de contestar. Sus ojos la miraron con una extraña fuerza, tan poderosa como los músculos de sus brazos y piernas. Sus labios dibujaron una severa sonrisa. Erick le acarició los senos, cubriéndolos totalmente con las manos. Annelise sacudió la cabeza y cerró la boca para no gritar cuando él comenzó a deslizar las manos por sus suaves pechos, acariciándolos, apretándole los pezones hasta que estos se endurecieron y se convirtieron en duras puntas. Sintió horror y humillación porque su cuerpo respondía así a las caricias. Despreciaba a ese hombre, lo odiaba profundamente.
Pero el fuego continuaba propagándose por todo su cuerpo y, aunque deseaba gritar, no podía; solo podía permanecer tendida y rogar que su rostro no delatara su confusión. Él la observaba como un halcón, mirándola a los ojos y esperando su reacción.
Annelise lanzó una feroz maldición y se debatió con furia desenfrenada. Lo único que consiguió fue sentirlo más firmemente instalado sobre ella, más seductor e íntimo. Notó su pene entre sus muslos, percibió el impío ardor y el salvaje pulso, y pensó que caería en un torbellino.
—Annelise...
Otra vez su nombre, ese suave y ardiente crepitar de una llama, susurrado, apenas pronunciado. Él movió los pulgares sobre sus pezones y le acarició los senos. Recorrió delicadamente con el dedo el valle entre los pechos, y ella sintió ese suave roce como si fuera un cuchillo que le atravesaba la carne.
— ¡Ay de mí, soy un vikingo, un bestia, como tú deseabas! Soy tu creación.
Pero hay más; tu belleza, señora, tu increíble belleza. Pretendía mostrarme amable y tierno. Me había propuesto sufrir tus ofensas en silencio. Quería olvidar que habías buscado los brazos, y algo más, de otro hombre cuando eras mi prometida. Deseaba alejarme de ti hasta después de la batalla, pero tu seductora belleza me subyugó. Estoy librando una batalla ahora. ¡Esos ojos! Son la plata de las estrellas por la noche, los acianos que crecen en los campos en primavera; relampaguean de pasión, suaves cuando ríen, sugerentes y astutos para después mostrar una expresión de dulce inocencia. Y tu cabello, rojo como el fuego, dorado como el sol. Y estos pechos que acaricio, coronados por rosas, llenos, firmes y hermosos. Soy un vikingo, como tú dices, salvaje y brutal. ¡Y estoy ardiendo de deseo, señora! Me muero por introducirme dentro de ti, poseerte con total y ciega pasión.
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Casada con un príncipe vikingo
RomanceAnnelise, hija de un rey sajón, debe casarse contra su voluntad Con Erick, un príncipe vikingo llegado de Irlanda. Su padre la ha ofrecido a Erick en muestra de agradecimiento por la ayuda recibida contra los agresores daneses.