1. El tobogán Angelotti

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Hace unos años cuando mis papás comenzaron a reunirse para ver sobre la custodia y pensión, e incluso visitas ocasionales de una vez a la semana que solía hacer mi papá, él me llevo a una pizzería y de paso invitó a mi mamá para poder hablar con ella.

Estábamos en la pizzería, todo bien hasta ese momento en el que en medio de la cena empezaron a hablar subidos de tono. Toda la gente nos empezó a ver y yo empecé a llorar. Tenía unos cuatro años por ahí.

Así que me apresure a terminar de comer porque me quería alejar de aquello.

Odio escuchar discusiones, sean de quien sea. Entre amigos, es soportable. Entre adultos, las detesto. Entre mi familia, me pongo a llorar o incluso llego a tener ataques de ansiedad que fácilmente terminan en desmayos.

En ese tiempo aún no tenía ansiedad, o bueno, no tan avanzada. Digo que no tan avanzada ya que sólo incluía el morderme las uñas, no más.

Al terminar mi pizza di "gracias a Dios" —tengo familia muy religiosa— y salí corriendo a los juegos que había en el pequeño establecimiento en medio de la plaza.

Al llegar me puse frente a un pequeño tobogán verde, y yo pensé "Seré una superheroina cuando suba este cosito por aquí", me estaba refiriendo al tobogán, pero no específicamente por la parte de las escaleras.

Puse mis pies en donde uno se desliza y mi mamá me vio y me dijo "Por ahi no, te puedes caer" y, ¿adivinen qué?

Mi mamá, como las demás, es medio bruja y predijo el futuro.

Subí unos cuatro pasitos y en eso que me resbalo y mi barbilla fue a chocar con el plástico. Lo que había subido me lo baje llenando todo eso de sangre.

Así es, me abrí la barbilla.

Del trayecto de ahí de la pizzería a la clínica no recuerdo nada, solo el color de mi sangre en mi ropa.

No fue nada que el doctor Alfonso —doc, lo amo— no pudo curar con cuatro puntos. Claro, la clínica estaba llena de mis gritos, pero no porque me doliera, todo lo contrario, no sentía mi barbilla en lo absoluto, cosa que me aterró por completo.

Me tuvieron que amarrar a la camilla para que todo saliera bien, y además me anestesiaron porque no me quedaba quieta y los gritos me iban a dejar afonica. Cuando desperté tenía una gaza en la barbilla y un dolor de mandíbula horrible.

No asistí a clases en un par de semanas, la odiosa de Valeria y Gerardo sumaron caritas felices a sus cuadernos, mientras que Yafet me abrazó como si no me hubiera visto en meses.

En fin, la cicatriz es casi invisible gracias a mi abuelita. Pero ¡ALTO! No es la única historia que verán sobre cicatrices que tengo.

Moraleja: Si tu mamá te dice "Por ahi no, te puedes caer" hay que hacer caso. No olvidemos que ellas son mamás y todo lo saben, y lo que no, lo inventan y se vuelve real.



〰️Gisela O.〰️

☕︎ 𝐺𝑖𝑠𝑒𝑙𝑎 𝑉𝑙𝑜𝑔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora