Capítulo 20

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Rafael estaba parado frente a la puerta de la casa de Carlos. Habían pasado poco más de cinco minutos desde que había llegado, y aún no se atrevía a tocar el timbre. Respiró hondo, tratando de ordenar sus pensamientos; después de aclarar lo que realmente sentía, se dio cuenta de que era hora de dejar de huir. No tenía caso que siguiera ocultándose. Terminaría con sentimientos de frustración innecesaria.

«Puedo lastimarlo otra vez»

«Un malentendido y se acabó»

Tocó la puerta, al fin. Dejando que sus crecientes miedos originales se perdieran en el fondo de su cabeza; cruzaría ese puente eventualmente, pero ahora, más que nunca, quería tener el valor para pedir disculpas.

Esperó un poco, escuchando unos callados pasos acercarse a la puerta. Rafael deseaba no haber llegado en un momento inoportuno. La perilla se giró con un callado chasquido, él había abierto la boca para saludar a la madre de Carlos pero la figura que lo recibió fue el chico en cuestión.

Frente a él, estaba Carlos, con el cabello despeinado, una camisa sencilla y un par de pantalones deportivos; en calcetines, como siempre. El chico se recargó en la perilla de la puerta, y esperó un momento antes de hablar.

— ¿Hola?— dijo. Una expresión de confusión invadió su rostro.

—Soy yo. —Rafael ocultó sus manos en los bolsillos de sus jeans. Carlos alzó las cejas, sorprendido. Nervioso, se aclaró la garganta y se balanceó sobre sus talones— Eh... ¿Estás solo? Es raro que atiendas la puerta, puede ser peligroso.

—Mi mamá salió a un mandado rápido. No le tomará más de dos horas— Carlos respondió con naturalidad, aunque había cierta frialdad en su voz. Rafael se rascó la nuca, y mordió el interior de sus mejillas. La conversación no debía estancarse— ¿Qué necesitas?

— ¿Puedo pasar?— preguntó con miedo. A Carlos no le costaba nada mandarlo a volar, estaba en todo su derecho.

— ¿Después de días sin tener contacto conmigo vienes a irrumpir a mi morada?— Carlos retrocedió un par de pasos, sonriendo levemente. Rafael se emocionó como un cachorro dando un paseo, esto era una buena señal. —Eres tan descortés...

Cruzó el pequeño recibidor, extrañado de que la decoración de la casa de su mejor amigo luciera diferente a la última vez que estuvo ahí. Solo habían pasado dos semanas, y los cojines en los sillones eran verde ocre, a diferencia del cálido amarillo mostaza. Había un nuevo tapete en medio de la sala y una nueva mesita frente a la televisión. Avanzó hasta uno de los sillones, viendo como Carlos volvía a cerrar la puerta y caminaba con confianza alrededor de la sala.

— ¿Qué estás buscando?— dijo Rafael, después de ver a Carlos palpar la mesita.

—Mi taza... —Carlos se mordió el labio. Desapareció por el pasillo y momentos después regresó con dicho objeto entre las manos— Estaba en la cocina.

Rafael sonrió, viendo como Carlos se acercaba al sillón y se sentaba a su lado, cruzando las piernas, encontrando una posición cómoda entre los mullidos cojines. Le agradeció en silencio el tiempo extra que le estaba dando para pensar en qué decir primero.

—Carlos...—Se le trabó la lengua. Su presencia lo intimidaba.

—Si vas a decepcionarme, hazlo rápido— tomó un sorbo de la taza y se inclinó para dejarla sobre la mesa. Rafael permaneció estático, su corazón se hundió, no sabía cómo debía reaccionar ante eso— ¿Y bien?

Con Oídos para Ver y Ojos para EscucharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora