Un grito. Un portazo. Fue lo que despertó a Rafael esa tarde. Abrió los ojos de golpe, estático, no cambió de posición, sintiendo como su corazón se aceleraba con adrenalina al escuchar silencio absoluto. ¿Otra vez? Ya sería la tercera vez esta semana desde el accidente.
Dudó en levantarse. Con sus sentidos en alerta, trataba de encontrar una explicación lógica a lo que acababa de escuchar. Quizá fue parte de su sueño. Poco a poco se incorporó, quitándose las sábanas puso ambos pies sobre el piso y se mantuvo sentado en la cama. Esperando.
Una voz alterada hablaba desde el pasillo. No alcanzó a distinguir las palabras. Rafael sintió como sus manos comenzaban a transpirar. ¿Qué pasó? La ansiedad de la incertidumbre le revolvió el estómago. Lentamente se acercó la puerta, en cuanto puso la mano sobre la perilla, escuchó otro intercambio de palabras molestas.
« ¡No puedo creer que seas capaz de decir algo como eso!»
— ¿Mamá? —murmuró Rafael, como si al externar su duda pudiera tomar más sentido a lo que estuviera pasando.
« ¿Y qué quieres que diga? ¿Qué no tengo derecho a enojarme? ¡Mírame, Ángela! ¡Soy inútil!»
« ¿Por eso quieres morir? ¿En serio hubieras preferido estrellarte? ¿Qué tu familia no significa nada para ti?»
Su garganta se cerró, no creía nada de lo que estaba escuchando. Sintió miedo, muy pocas veces había escuchado a su padre alzar la voz de esa manera, y mucho menos usar ese tono hacia su madre. El malestar en su estómago subió hasta su garganta, tragó la acidez que amenazaba con salir. Las náuseas podían esperar; no quería salir de su cuarto, quería ser invisible.
«No me hagas sonar como un desconsiderado. Todo lo que hago, lo hago por ustedes y para ustedes»
Hubo una pausa, Rafael se concentró en los sonidos del pasillo, sentado en el piso de su habitación con su espalda recargada en la puerta. ¿Qué debía hacer? Necesitaba encontrar sentido a la conversación, su cerebro aún se encontraba adormilado, y honestamente, si no fuera por el tono de las palabras de sus padres, nunca se hubiera imaginado que había despertado en medio de una discusión.
« ¿Por qué quieres morir, Augusto? ¿Qué te pasa?» Era la segunda vez que su madre reclamaba eso. Rafael no quería creerlo, pero a juzgar por la rabia que había en su voz, sabía que no era una broma.
«Ya no puedo volar... ¿Qué caso tiene?»
« ¿No soy nada, entonces? ¿Rafael no es nada? ¿Eh? No tiene caso entonces...»
Su pecho se estrujó, acallando sus sollozos, esperó a que su padre respondiera. ¿Por qué estaba pasando esto? ¿Realmente no importaba otra cosa más que volar? ¿Por eso no estaba tanto tiempo con ellos?
Después de una larga pausa, su padre respondió.
«Es diferente.»
«Eres parte de esta familia, no es diferente» Reclamó ella.
«Tú no entiendes cómo se siente volar»
«No te atrevas a decirme eso, ¡La que tuvo que dejarlo todo en un principio, fui yo!»
«Yo nunca te pedí que te quedaras»
«Ni yo» Rafael podía sentir el dolor en cada una de las palabras de su madre. Pero la solución era sencilla, ¿no? Su padre solo necesitaba a alguien para hablar.
«Pudiste hacerlo, me hubiera quedado por ti»
« ¿Para qué? ¿Para qué te lamentaras igual que ahora? ¿Para qué me culparas de tu sueño frustrado? Era mejor que te fueras. Así no te estorbamos.»
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Con Oídos para Ver y Ojos para Escuchar
Roman pour Adolescents«¿Cuál es tu color favorito?» Esa fue la pregunta que Carlos Soto le hizo a su mejor amigo, Rafael Lira, una tarde de verano. Rafael se apartó del librero y observó a Carlos, perplejo, inseguro de cómo responder. Nuestra historia empieza con la mot...