—¿Rafael? —llamó su madre bajando las escaleras— ¿Qué haces despierto tan temprano?
El muchacho desvió su atención de los huevos revueltos que preparaba en el sartén. Hizo una mueca de disgusto al admirar sus habilidades culinarias y volteó a ver a su madre, Ángela, quién observándolo con una mirada cansada, se encontraba en la entrada de la cocina tratando de no reír.
—¿Sabes? Eres la segunda persona que me dice eso hoy —dijo algo fastidiado, retrocediendo unos cuantos pasos de la estufa y tendiéndole a su madre la palilla para que lograra salvar el intento de desayuno. —¿En serio es tan raro verme madrugar?
—Jamás desayunas ¿Volviste a llamar a Carlos? —preguntó ella tratando de despegar los huevos de la sartén —Deja a ese pobre niño dormir.
—Te aseguro que ya estaba despierto cuando lo llamé. —Rafael se encogió de hombros y salió de la cocina. —Además, dormir demasiado es cansado.
Caminó hasta el sillón y se acomodó en su esquina favorita, encendiendo el televisor comenzó a buscar el canal de caricaturas. Ese era un secreto que se negaba a compartir con el mundo. Seguía siendo un niño, por mas que intentara disfrazarlo con fiestas y alcohol.
—Cariño por favor, pon las noticias— anunció ella, asomándose sobre la barra que dividía la sala de estar con la cocina.
Refunfuñando, Rafael se tomó su tiempo para llegar al canal indicado por su madre. Lentamente presionaba el botón del control, esperando a que las noticias locales nunca aparecieran. No entendía porqué a su madre le gustaba tanto el noticiero, era una ciudad muy pequeña, no es como si algo interesante fuera a suceder de un día para otro. Las noticas, los impuestos y el café, eran parte de las cosas que Rafael no entendía de los adultos, y que no se molestaría en entender en un futuro próximo.
El canal finalmente apareció. El muchacho soltó un quejido prolongado al escuchar la voz monótona del reportero, quién había decidido cubrir una historia sobre la migración de las golondrinas. Cualquier cosa más interesante que eso sería el clima.
—¿Por qué tengo que ver esto? —se hundió en el sillón resignado. Por más que se quejara no lograría que su madre lo dejara cambiar de canal.
—Quiero ver si dicen algo de tu padre. —reiteró ella, sirviendo el desayuno— Ya va a cumplir 20 años en la aerolínea. Es tiempo de su reconocimiento.
—Ay mamá, si fueran a darle un premio o algo, nos hubiera dicho. —Rafael se cubrió la cara con uno de los cojines— Sigue en el vuelo transatlántico ¿Recuerdas?
Su madre no le respondió, en su lugar se escuchaba el leve sonido de los platos chocando entre sí. El muchacho sonrió ante su victoria, aunque quizá eso le cueste un par de tareas más dentro de la casa.
—Aun así, no te dejaré cambiar el canal.
—¡Mamá!
—Anda, termina de desayunar y ve a explorar el mundo— dijo ella, acercándose al sillón con ambos platos de comida en las manos, le tendió uno a su hijo y se sentó a su lado.
El muchacho observó maravillado el milagro que su madre acababa de hacer. No podía comenzar a describir el delicioso olor que le regresó el apetito perdido, gracias al aspecto original del desayuno. La textura esponjosa hacía que los huevos revueltos se vieran como nubes amarillas retocadas de pequeños pedazos de cebollines verdes; al lado, el color marrón y tostado de una salchicha terminaba de decorar el plato. Rafael sintió a sus ojos humedecerse, su estómago rugió, sostuvo el tenedor entre sus dedos temblorosos y lo hundió en la comida.
ESTÁS LEYENDO
Con Oídos para Ver y Ojos para Escuchar
Teen Fiction«¿Cuál es tu color favorito?» Esa fue la pregunta que Carlos Soto le hizo a su mejor amigo, Rafael Lira, una tarde de verano. Rafael se apartó del librero y observó a Carlos, perplejo, inseguro de cómo responder. Nuestra historia empieza con la mot...