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Rafael daba vueltas en su cama sin poder conciliar el sueño. La muestra de afecto por parte de sus amigos lo había dejado atónito, eran muchos sentimientos de agradecimiento y cariño los que se habían acumulado dentro de su pecho, provocando una euforia tal, que su cuerpo se llenaba automáticamente de energía.

Pensó en llamar a Carlos, pero eso sería demasiado cruel, las clases comenzaban en dos días y tenían que regresar sus patrones de sueño a su estado original. Se revolvió entre las cobijas, pensando en cualquier otra cosa. Apretó los ojos, con la esperanza de que se mantuvieran cerrados el resto de la noche. Era inútil, debía resignarse y aceptar que no dormiría temprano esta noche. Había algo que lo molestaba.

«Aún no le he dicho» Se dijo.

«Para este punto es más que obvio» replicó.

—Se lo diré mañana— afirmó en voz alta, esperando callar a su conciencia.

«Mentiroso»

Abrió los ojos de golpe, molesto con la falta de confianza en sí mismo, era algo ridículo ya que la única persona que lo presionaba era él mismo. Pero para evitar arrepentirse el día de mañana, tomó su celular y escribió un mensaje a Carlos.

«Vamos al parque mañana, hay algo que quiero decirte»

Se arrepintió al momento de presionar «enviar».

No se sintió nervioso cuando tocó la puerta de la casa de Carlos, no sintió nervios cuando caminaron por el sendero del parque con las manos entrelazadas, no sintió nervios cuando se sentaron a la sombra de un árbol, pero ahora que la conversación original comenzaba a morir, llegaba la hora de hablar de lo que los tenía a ambos ahí.

Rafael se congeló ¿Qué significaba esta atmósfera? Volteó a ver a Carlos, se preguntó cómo fue que tuvo la suerte de encontrar a alguien como él. Alguien que a pesar de todo, seguía ahí.

—Lamento haber sido un completo idiota desconsiderado.

— ¿Hasta cuándo vas a seguir disculpándote?— Carlos respiró hondo— No te guardo rencor, solo necesitas aprender a controlar ese temperamento tuyo.

—Me conoces demasiado—Rafael rio.

El silencio volvió a apoderarse de la conversación. Desde aquel día le era difícil comunicarse con Carlos, aún no se sentía digno de dirigirle la palabra.

—Nunca... nunca me dijiste tu color— dijo él, tratando de no quedarse en silencio.

— ¿Ah?

—Ayer, en el lago—Rafael se aclaró la garganta, —Todos me dieron un listón con un color y un mensaje muy lindo; tú me diste un listón blanco, pero no estoy seguro qué quisiste decir con ello.

Carlos sonrió y se acomodó más cerca de Rafael, el corazón del muchacho se aceleró; desde aquella vez en el patio de su mejor amigo no se sentía así al experimentar tal cercanía. No había dudas, Carlos era el único que lo hacía sentir así.

—Creo que descubrí mi color favorito— murmuró Carlos. Rafael sonrió, pensando a cuál se refería. —Después de todos los colores, hay uno que me hace sentir bien, siento que me complementa. Es un color fuerte, ambicioso; representa calor y confianza, aunque algunas veces es testarudo, al final del día siempre me regala una sonrisa con solo pensar en él.

Rafael se inclinó hacia Carlos, poniendo una de sus manos sobre la suya. Suspiró mientras lo observaba describir un color mágico, imposible, algo que no puede imaginarse. Estaba perdido en sus ojos nublados que capturaban todas las estrellas.

— ¿En dónde puedo encontrar ese color?— preguntó Rafael curioso.

—Solo lo puedes ver si cierras los ojos— dijo Carlos con una sonrisa.

Pensó un momento, tratando de adivinar el color. Siguiendo las instrucciones de Carlos, Rafael simplemente cerró los ojos y permaneció quieto. Sintió el delicado toque de las manos de Carlos sobre sus mejillas, inclinó el rostro un poco, hasta que el contacto de sus labios estuvo sobre los de él.

Fue un delicado roce que terminó después de un par de segundos. Cosquilleos se hicieron presentes en el estómago de Rafael.

—Ese es mi color favorito— dijo Carlos con timidez— ¿Lo viste?

—Sí— Rafael le besó la mejilla— Ese es mi favorito también.

FIN

Con Oídos para Ver y Ojos para EscucharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora