Quizá al principio no estaba muy consciente de a qué se estaba comprometiendo exactamente. Pero pronto se daría cuenta que explicar colores era algo difícil, por no decir casi imposible. Y más para alguien que no tenía puntos de comparación. Era algo que Carlos jamás había visto, algo en lo que ni siquiera se molestaba en pensar. ¿Cómo demonios le explicaría esa característica extra de las cosas?
Rafael se hundió entre sus libros dejando salir un gruñido de frustración. Estaba determinado, pero sus sentidos limitaban a su imaginación. Entre la pila de libros del escritorio, tomó uno que hablaba de la ciencia del color y de la fragmentación de las ondas de luz. Era demasiado técnico a pesar de ser correcto.
Pero su visión iba más allá. Tenía que aprovechar sus ojos para transmitirle ese mismo sentimiento a Carlos. No era sencillo. Quizá debía dejar de leer física y concentrarse más en la poesía.
Se alejó de la pila de libros que estaba en su escritorio y se talló la cabeza con frustración, desacomodando su cabello castaño en todas direcciones. Suspiró pesadamente y meditó sobre lo que debía hacer ahora. Había tocado un punto muerto en su «investigación» y quería estar preparado. Odiaba no poder responder todas las dudas de Carlos, sentía que era su misión personal informar a su amigo de todo lo que pasaba en el mundo.
El celular dentro del bolsillo de su pantalón comenzó a sonar con el timbre característico de la canción de apertura de un drama médico, el favorito de Carlos. Sin muchas ganas lo tomó, una mueca divertida formándose en sus labios, decidido a molestarlo un poco.
—Buenas tardes, Museo de Arte y Cultura ¿Qué desea? —respondió Rafael en la voz más seria y masculina que pudo imitar sin reírse.
—Odio cuando haces eso— lo regañó Carlos— Ya no tengo 8 años, no volveré a caer.
La sonora carcajada de Rafael hizo que la mueca de fastidio del muchacho desapareciera, era imposible que Carlos se enojara con él. El aura que rodeaba a Rafael era bastante placentera, no podía recordar alguna instancia en donde la pasara aburrido al estar junto a él.
—Las viejas costumbres nunca mueren— dijo él con una sonrisa triunfal. — ¿En qué puedo servirte?
— ¿Tienes libre esta tarde? Mis padres saldrán a atender un negocio y sabes como se ponen cuando me quedo solo en casa.
—No te preocupes, igual siento que te debo algo por haberte despertado... —pasó su vista por los libros, unos abiertos encima de otros. Los de la biblioteca le habían hecho un favor al permitir que se llevara más de tres. Al contrario de lo que pensara su madre, Rafael había estado planeando el proyecto de los colores desde mucho antes de salir de vacaciones. Solo le hacía falta un poco de tiempo para poder dedicarse de lleno a su cometido. — ¿Qué has hecho?
—He cumplido todos mis objetivos de hacer absolutamente nada— el comentario de Carlos lo hizo reír— Se siente bien tener algo de silencio; aunque ahora mis padres usan la sala para hacer su contabilidad; mi cerebro no puede con tantos números.
— ¿Y tus hermanos? —preguntó Rafael extrañado. No era muy común que Carlos se quedara completamente solo.
—Disfrutando de sus vacaciones como cualquier universitario normal— el muchacho suspiró— Kevin logró convencer a mis padres de ir de vacaciones con su novia, y Víctor ha de estar en alguna fiesta.
—Perfecto, es una cita entonces.
—Ugh, no lo hagas sonar raro —Carlos carcajeó.
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Con Oídos para Ver y Ojos para Escuchar
Roman pour Adolescents«¿Cuál es tu color favorito?» Esa fue la pregunta que Carlos Soto le hizo a su mejor amigo, Rafael Lira, una tarde de verano. Rafael se apartó del librero y observó a Carlos, perplejo, inseguro de cómo responder. Nuestra historia empieza con la mot...